Si 2020 fue el año de las constantes bajadas de precios, motivadas por el parón económico que trajo el virus, 2021 amenaza con ser todo lo contrario.
Después de varios meses de repuntes, y tras volver a las cifras positivas, el IPC de mayo nos deja un mes más una fuerte subida del indicador interanual (el que importa, porque las tasas mensuales a menudo solo son ruido) hasta una cota no vista desde hace casi un lustro: el 2,7%. La tasa es preocupante, porque supone rebasar las previsiones oficiales, así como una pérdida efectiva de poder adquisitivo a corto plazo de quienes cobran del erario público (pensionistas, funcionarios, etc) o por los baremos de los convenios privados.
El análisis de los datos, sin embargo, muestra que tanto los descensos de 2020 como el actual repunte pueden no ser más que efectos de la excepcional coyuntura que vivimos. La inflación subyacente, que excluye los productos energéticos y los alimentos no elaborados (y que, por tanto, no depende de la extrema volatilidad de los precios en ambos sectores) de momento se mantiene en niveles bajos, tan solo un 0,2% este mes. Esta evolución divergente se explica sobre todo por las alzas en el sector energético a nivel mundial con el retorno a la actividad, que disparan la inflación. Una vez descontadas muestran que la tendencia de fondo, al menos en España, es de estabilidad, aunque habrá que estar vigilantes, porque si finalmente las tensiones inflacionistas actuales se trasladaran a los costes, esto repercutiría en el conjunto de los precios, con subidas adicionales que harían que el final de los largos años sin subidas de precios de los últimos tiempos estuviera cerca.
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