Levantarse cuesta cada día un poco más. Hacer lo que se debe, más aún.
Ayer fuimos el país del mundo con más fallecidos, y aunque era algo que se veía venir, porque Italia ya “va para abajo” mientras nosotros seguimos subiendo, no es algo que resulte agradable de saber, y mucho menos de contar.
La rutina de quien escribe, aparte de colaborar en el artículo mañanero que se publica contra viento y marea en esta web a primera hora de la mañana, consiste luego en preparar los datos, tenerlo todo listo, los gráficos, los comentarios,… porque a las once y media llega el parte de guerra, digo, el informe de los fallecidos, los contagiados y los ingresados en la UCI.
Números. Solo números que procesar rápidamente, intentando no cometer errores por culpa de las prisas. Pero, detrás de ellos, personas, solo personas que enterrar muchas veces, casi siempre, en soledad.
Pasado el trago, hay paneles (más ligeros) que preparar antes de la hora de comer. Son como un pequeño soplo de tontería, tan necesarios… Luego los directos de Youtube y/o Twitter que sacar adelante (cuando tocan). Y, siempre, atender a los asuntos familiares, escuchar a amigos y conocidos que te cuentan desgracias (por teléfono, por WhatsApp, por todas partes) para, casi sin solución de continuidad, plantarse en las 19:45 y ponerse otra vez con los putos datos, los gráficos, a actualizar las estadísticas mundiales de fallecidos para una nueva entrada.
Nosotros contábamos votos, y ahora nos hemos vuelto contables de muertos. A eso de las nueve de la noche el día ya sabe, irremediablemente, a azufre y a hiel.
Por el camino, llegan noticias de gente solidaria, maravillosa, única. Gente que inventa formas inverosímiles de fabricar mascarillas, cánulas, respiradores. Gente que ayuda, gente que se entrega para que otros tengan una pequeña posibilidad adicional de sobrevivir. Gente grande que vive en casas a veces grandes y a menudo pequeñas.
Por el camino, llegan noticias de gente asquerosa, vil, despreciable. Gente que vuelve a formas archiconocidas de simular pérdidas, facturar en B, no declarar IVA, y cobrar así las prestaciones que se van a pagar a los damnificados, robándoselas a quienes las necesitan de verdad. Gentes, gentuzas…
A la hora de acostarse la vida sabe a fracaso, porque todo esto ha ocurrido en tan solo un día, en un asqueroso 25 de marzo, pesado como los muertos que se nos acumulan.
A la hora de levantarse, con esfuerzo, la vida sabe a esperanza, porque queda un día menos y vamos a salir de esto siendo mejores personas. Es obligado que así sea.
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