El 3 de julio de 2014, es decir, en la prehistoria, Pablo Iglesias afirmaba que los medios de comunicación tenían que someterse a “un control público”, al menos en parte, para evitar que casi todos “estén en poder de los mismos”, que suelen ser “multimillonarios”.
Mucho ha llovido desde entonces, pero en este tema ha sido para mal. Proliferan las críticas sobre la parcialidad de los medios, sobre diversos raseros en el tratamiento de las noticias, encuestas manipuladas con intenciones concretas, etc, etc. Y casi siempre hay un mar de fondo: quien critica opina que hay que atajar estos desmanes, cortar por lo sano tanto abuso.
Enumeremos primero algunos excesos de la prensa, de menor a mayor gravedad:
- Artículos de opinión sesgados o parciales.
- Selección interesada de las noticias. Búsqueda sistemática de escándalos en los partidos contrarios, y silenciamiento de los propios. Puesta en primer plano de las noticias favorables para los cercanos, y silenciamiento o arrinconamiento de las favorables para los enemigos. Parcialidad manifiesta.
- Presentación como noticias de lo que en realidad son elaboraciones interesadas o meras opiniones.
- Invención de noticias o manipulación de datos con la intención de conseguir ventajas propias o de perjudicar a los adversarios.
- Artículos que contienen ofensas, insultos, injurias o calumnias contra los contrarios.
- Artículos de contenido directamente delictivo.
El clima político que ha propiciado este ambiente es la polarización de los últimos dos años. El Partido Popular, responsable del gobierno, es visto por gran parte de la sociedad como un partido corrupto, manipulador y responsable de todos los males. Hay un rechazo hacia el partido gubernamental mayor que el que jamás haya existido en nuestra democracia desde 1981. En el otro extremo, Podemos resulta para otra gran parte de la sociedad una amenaza real contra la convivencia. Muchos ciudadanos tienen auténtico pavor a la posibilidad de que pueda llegar de una u otra forma al gobierno.
Parece que tenemos dos sociedades coexistiendo en un mismo espacio, despreciándose y odiándose entre sí. El resto está perplejo, rodeado por los odios de unos y otros, sin saber a qué carta quedarse, y con la sensación de que finalmente puede que se vea obligado a tener que escoger entre lo que para ellos es lo malo y lo peor.
Solo en este contexto se pueden entender reacciones tan desproporcionadas como la que se produjo frente al espectáculo de “los titiriteros”, que llevó a un patético encarcelamiento criticado incluso por los sectores conservadores menos cegados por el partidismo. La derecha está nerviosa y reacciona con excesos, presionando a la judicatura y a los medios afines. Se intenta perseguir toda manifestación artística mínimamente contestaria, irreverente o sarcástica. Se cumplen treinta años en estos días de hechos que parecían olvidados, como la persecución de películas como La Última Tentación de Cristo o de canciones como “Mujer contra Mujer” y parece que no hemos avanzado nada. El nuevo mantra es perseguir todo lo que suene a ETA, a ofensa religiosa, a salida de tono. Se dejan de emitir en la televisión pública reportajes sobre la familia real. Se remueve de su puesto a los periodistas que intentan presentar visiones críticas. En eso está nuestra derecha, sin entender que las salidas de tono y la crítica son, precisamente, la esencia de una democracia.
Por el otro lado, solo en este ambiente alocado de polarización se puede entender que ante las encuestas de los últimos días, menos favorables para Podemos que las anteriores, las redes sociales se inunden de comentarios que defienden “una ley de prensa” para poco menos que prohibir su publicación. La aversión a Metroscopia que se ha instalado en ciertos comentaristas morados es solo comparable al amor que le tenían hace apenas un año, cuando vaticinaba resultados bien distintos. Pero es que durante el último año se ha asentado definitivamente en la mente de muchos activistas la convicción de que las encuestas, como tantas otras cosas, están en manos de los poderes financieros (“el Ibex”) la derecha y los malos: una especie de diablos con tridentes en la mano.
Todo, en el fondo, es manifestación de lo mismo; es la forma que encuentran unos y otros para sentirse fuertes y legitimados contra el enemigo, algo que une más que ninguna otra cosa a ciertos seguidores (afortunadamente no a todos) de PP y Podemos, hasta hacerlos indistinguibles por dentro. Odio en los unos, miedo en los otros. Totalitarismo en ambos.
Pero solo hace falta elevarse un poco por encima de tanto ruido para darse cuenta de que nada es para tanto. Ni Podemos va a acabar con todo, destrozando nuestra vida, ni el Ibex es un malvado pulpo que todo lo controle, ni el cielo se nos va a caer encima si dejamos a los adversarios gobernar.
En España hay numerosos medios de prensa, nos guste o no. Y hay de todo. La propiedad y la línea editorial son variadas. Incluso aunque fuera cierto que “todos” los medios significativos están controlados por “el enemigo”, seguiría siendo verdad que vivimos en la sociedad más plural de la historia. A nuestro alrededor proliferan mil posibilidades, mil vías para el debate y la confrontación democrática de opiniones.
En las redes sociales, por ejemplo, el dominio de los seguidores de Podemos resulta abrumador. Ya sea porque en general son más jóvenes, están más conectados, más concienciados, son más activos, o por todo a la vez, la verdad es que los usuarios se ven a menudo rodeados por opiniones que en un 70 u 80% de los casos van en la misma dirección. ¿Significa eso que Twitter no es libre? ¿Hay que imponer cuotas allí para garantizar la “pluralidad”? ¿Debe el Estado crear un servicio de microblogging paralelo que garantice que las consignas de los malos no sean trending topic inmediatamente? ¿Hay que montar, para garantizar la pluralidad, unos premios Goya alternativos en los que se ovacione al ministro de turno y se abronque a Pablo Iglesias? Por supuesto que no. Todo eso sería un disparate. Como disparate es pretender poner puertas al campo y orientar por ley la libertad de expresión. Lo diga quien lo diga.
Si alguien comete un delito aprovechando su poder mediático (punto 6) debe ser perseguido penalmente. Que se denuncie. Que se investigue. Que se juzgue. Que se encarcele si hace falta al culpable, tanto si pertenece a un extremo del espectro político, como si pertenece al extremo contrario, como si es mediopensionista.
Si un medio de difusión ofende a una persona o la menosprecia sin motivo (punto 5), esa persona tiene el derecho a defenderse. El Código Penal le ampara. Denúncielo. Se juzgará al responsable y se le condenará, en su caso.
Si un medio publica noticias manipuladas o falsas (punto 4), acúdase también a los tribunales. Aunque no haya motivos penales para perseguir este hecho, aún puede existir un derecho a la rectificación. El medio manipulador o falseador se verá obligado a publicar la rectificación. Si nos parece que las rectificaciones que se publican a menudo en la prensa son insuficientes o pasan inadvertidas, apruébese una ley más dura que obligue a que la rectificación tenga más presencia en el medio manipulador que la que tuvo la falsedad. Algunos disponen de diputados con los que intentar sacar adelante esta iniciativa. Que la presenten. Estoy seguro de que la mayoría de la sociedad estará de acuerdo.
Pero si aparte de todo esto a usted le parece que muchos medios son sectarios, o están vendidos a no sé qué poderes maléficos, entonces lea o escuche medios que no lo estén. Incluso aunque todas las licencias de radio y televisión estuvieran manipuladas y dirigidas, incluso aunque toda la prensa de papel fuera un puro teatro montado por los poderes fácticos; desde hace una década han aparecido otras fuentes de información que escapan a todos esos manejos. El mundo entero está a su disposición, a menos de un segundo de distancia, listo para hacer posible la libertad. Ejercite usted esa libertad, en vez de pretender callar bocas.
Apoye a los que le parezcan mejores. Haga sus comentarios en los medios de libre acceso, que son muchos. Publique en Facebook o Twitter. Entre en miles de foros. Siga a los buenos. Desenmascare a los malos. Dispone usted de herramientas de participación por todas partes, campañas por WhatsApp, cadenas de mensajes, etc, etc. Participe de esta sociedad en la que, desde hace diez o doce años, hay más pluralidad, más posibilidades para la información, la opinión y la movilizacion que nunca. Los poderes públicos tienen cada vez menos capacidad para controlar lo que se publica, y usted lo sabe. Y si no lo sabe, debería saberlo. Porque a la vista está.
Todos sabemos que las teorías conspiratorias son muy gratificantes para los que creen en ellas, pero no suelen ser ciertas. Así que deje de quejarse como un crío, por favor (si es usted de Podemos) y deje de perseguir fantasmas (si es usted del PP). Participe. Tuitee todas sus razonadísimas razones (si es que no lo hace ya). Proponga mejoras legales que sancionen con dureza a quien miente o engaña, obligándole a publicar destacadamente la rectificación. Proponga que se implanten criterios objetivos a la hora de conceder licencias de radio o televisión. Muchos estaremos de acuerdo con esas propuestas. ¡Adelante, que ya estamos todos en el Congreso!
Pero no nos quieran hacer creer que todo es una conspiración de los poderosos contra las inocentes caperucitas, ni una conjura comunista para sumirnos en el abismo. Porque los demás ciudadanos, aparte de ustedes, también tenemos ojos en la cara, oídos con los que enterarnos de la realidad, y dedos con los que acceder a un teclado o una pantalla táctil. Los medios nos bombardean con mensajes de todo tipo a diario, y nos llegan exabruptos azules y morados por todas partes. Pero cuando alguien intenta silenciar algo, inmediatamente cientos de usuarios pueden destaparlo y lo hacen. Vaya si lo hacen. Cuando alguien miente se le puede pillar mucho mejor que antes. ¡Bendita hemeroteca! La ocultación y la mentira no han desaparecido hoy en día, por supuesto, pero lo tienen mucho más crudo que en el pasado, porque el poder se está repartiendo, también en cuanto a la información y la opinión, beneficiando a los ciudadanos corrientes.
La prensa a menudo es superficial, amarillista y parcial. Es cierto. Muchas veces quiere hacer caja, o conseguir visitas fáciles, y poco le importa la verdad. Pero todos los días comprobamos que, a pesar de ello, la España del siglo XXI es la sociedad más plural y más libre de toda nuestra historia. Aprovéchenlo para difundir ideas e intentar conseguir objetivos políticos y sociales, en vez de llorar y reclamar controles que solo pueden etiquetarse con una palabra: totalitarismo.
Enlace para nostálgicos. Nunca más
@josesalver
Tu opinión
Existen unas normas para comentar que si no se cumplen conllevan la expulsión inmediata y permanente de la web.
EM no se responsabiliza de las opiniones de sus usuarios.
¿Quieres apoyarnos? Hazte Patrón y consigue acceso exclusivo a los paneles.