Cuando en mayo de 2014, un partido desconocido llamado “Podemos” cosechó unos cuantos eurodiputados por sorpresa y, meses después, llegó a igualarse y hasta superar a los dos grandes partidos en las encuestas, parecía que el bipartidismo iba a acabar por la vía rápida. Los cielos iban a ser conquistados y los partidos de siempre caerían en el olvido. O casi.
Pero no fue así. No lo fue entonces ni lo fue en las elecciones de 2015. Tampoco lo fue en 2016, cuando en unas elecciones recordadas por todos como “el 26-J”, todo parecía indicar que la “gran coalición” de izquierdas llamada “Unidos Podemos” superaría al PSOE en votos y en escaños y le disputaría el triunfo al Partido Popular. O casi.
La verdad es que aquel 26-J no solo no acabó con el bipartidismo imperfecto, sino que lo reforzó, dando más peso a la suma del viejo PSOE y el viejo PP. Los partidos “nuevos”, Podemos y Ciudadanos, se hacían un hueco, sí, pero solo eso: un pequeño espacio que los colocaba por detrás de los dos grupos mayoritarios.
Luego llegó Cataluña, y dio de nuevo la sensación de que el bipartidismo podría estar a punto de caer, con Podemos manteniendo el tipo y Ciudadanos subiendo como la espuma. Pero ya nadie se fía. Ya nadie se lo cree realmente, porque los últimos años están plagados de intentos fallidos.
Así nos plantamos en marzo de 2018. No se habla de aspirar a asaltar ningún cielo, porque muchos ya han entendido: el fin del bipartidismo, si es que llega, no lo hará de golpe, sino por goteo. No será un hachazo sino un proceso, un camino largo y difícil. Porque el bipartidismo se resiste y cuenta con armas poderosas para intentar perpetuarse.
Ahora vivimos un nuevo episodio en esta batalla sorda, y es este amago de rebelión de los pensionistas. ¿Por qué es tan importante? ¿Qué significa electoralmente hablando?
Los pensionistas son, realmente, casi el único eslabón que sostiene al antiguo bipartidismo español. Si en los resultados del 26-J no tuviéramos en cuenta a los mayores de 65 años, Unidos Podemos habría superado claramente al PSOE, y Ciudadanos le hubiera arrebatado a los socialistas y al Partido Popular más de treinta escaños adicionales: tantos como los que consiguió. PP y PSOE ya no serían los dos partidos mayoritarios.
Sí, es cierto: pero nada de eso ocurrió. ¿Por qué iba a pasar ahora? Quizás porque la percepción social sobre cuáles son los problemas principales del país es importante, y ahora las pensiones han emergido sorprendentemente como uno de ellos:
Si los mayores están empezando a dejar de pensar en su pensión como una seguridad con la que cuentan y comienzan a verla como un problema, ¿cómo afectará esto a su, hasta ahora, fiel voto a los partidos tradicionales? Según los datos de Sociométrica publicados en enero de 2018, aún contando con la gran subida de Ciudadanos, PP y PSOE dominan todavía claramente en el sector de población con mayor edad:
PP y PSOE, en un momento como enero de 2018 en que ya habían bajado mucho sus apoyos, conservarían aún dos tercios de los votos de los mayores, mientras que entre los jóvenes apenas suman un 30% de adeptos. Ciudadanos, y sobre todo Podemos, ven así en los ancianos un potencial de crecimiento altísimo, pero, también, un reducto casi inexpugnable. De momento.
Los mayores sostienen al PP en el gobierno y al PSOE como el mayor partido de la oposición. Si fallara ese apoyo, aquel proceso de derribo del bipartidismo que realmente se inició el 15 de mayo de 2011, y que ha avanzado a trompicones, defraudando expectativas y plagado de derrotas, quizás podría alcanzar la victoria final.
O casi.
@josesalver
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