Es evidente desde hace algún tiempo que el PSOE es un partido de capa caída. Incluso para el observador más ocasional este partido parece dar palos de ciego mientras que, prácticamente descabezado por gracia del débil liderazgo de Sánchez, no alcanza a vislumbrar un proyecto político que le sirva de guía para conducirlo a la victoria mediante la seducción del cuerpo electoral. Ciertamente este juicio global puede parecer menos evidente que los hechos concretos en que esta carencia se resuelve: desideologización, la nefasta gestión de Zapatero frente a la crisis, la corrupción sistémica y sistemática etc. No cabe duda de que estos factores, aisladamente considerados, lo han debilitado enormemente, cierto, pero yo creo que la causa de su debilitamiento es más profunda porque es anterior y consustancial a su papel articulador del sistema político actual. A mi entender, todos estos problemas sólo han venido a desenmascarar aquello que, si bien no estaba exactamente oculto, una cierta prosperidad distorsionaba. No es casualidad, por tanto, que haya sido asunto de la corrupción -que en cierto modo puede parecer menor, por ejemplo, comparado con una correcta gestión ante la crisis que asegure nuestra prosperidad efectiva- el detonante de una crisis de conciencia nacional que ha hecho implosionar la normalidad bipartita de la que hasta ahora el sistema político de España venía gozando y de la que el PSOE era sólido pilar.
En efecto, la corrupción en España es la cara más visible de su abulia programática como Estado. La causa principal de esto debe buscarse en la estructura política del Estado y su profunda inadecuación a la estructura social de la nación. Históricamente hablando, habría que remontarse como mínimo a la reorganizacin de los cuadros dirigentes del Estado tras la muerte del General Franco, y a la subsiguiente profunda correlación de debilidades políticas que presentaba el escenario. En cierto modo, tal escenario predisponía de un modo natural a la producción de una revolución pasiva que, de hecho, ocurrió, y de la que el PSOE es -como instrumento integrador en el sistema de una izquierda entonces rupturista- clave de bóveda. El PSOE es el sistema político de España en tanto que eslabón más débil de este. Ciertamente su debilidad no deriva de ninguna característica material o insuficiencia orgánica, sino de la sutilidad misma de su tarea: traer al redil monárquico; a la estructura estatal posfranquista -este es al verdadero “atado y bien atado”- a una parte sustancial de las clases populares que, bajo el influjo de unas siglas históricamente caracterizadas, siguen, a pesar de toda evidencia material en contra, seducidas por la imagen de una izquierda que, de hecho, el PSOE no es.
Esta revolución pasiva, este integrar a las antaño élites enemigas en la propia posesión del poder, y la necesidad de que estas retengan a sus seguidores bajo una mística mucho más izquierdista de lo que su acción gubernamental revela, ha dado pie a que se haya gestado el actual estado monárquico como resultado de un compromiso de diversas fuerzas (antaño) antagónicas unidas bajo la posibilidad del poder. La corrupción es inevitable en este escenario: los herederos de un sistema ilegítimo, y por tanto inherentemente corrupto -por cuanto como todo poder no democrático se resolvía en un efectivo patronazgo personal del caudillo sobre los demás potencias fácticas del estado- se funden con unas élites dubitativas de la izquierda: unas -las menos- opuestas, otras solo medio convencidas, y otras abiertamente revisionistas para con la tradición socialista. Consumada la fusión, la oposición izquierdista al régimen de Franco (habría mucho que comentar sobre cómo el PSOE se erigió en líder de la izquierda, pero el caso es que lo hizo) se aparece como el ala izquierda de la monarquía, y en su posición dominante, entra en pugna con la izquierda ortodoxa por la reconfiguración de la noción misma de izquierda política, que para ellos pasa por la aceptación de unos axiomas sistémicos mínimos como es la institución monárquica o el capitalismo. Este hechizo es lo que, de un modo más o menos espontáneo, el 15M vino a destruir, arrancando de la complaciente pasividad en la que se encontraban instaladas a amplias capas populares, articulando, de un modo visible y socialmente relevante el descontento de una parte importante de la sociedad con el sistema político en su forma presente.
Para el PSOE, en concreto, este movimiento vino a evidenciar que para un amplio sector de sus votantes tradicionales -y esto no es un juicio de valor sobre su acierto, sino una mera constatación- este partido no representaba ya a las clases populares de España ni, realmente, y si es que existe esa entelequia, a la clase media. Por supuesto, se puede argumentar que existe un divorcio bastante acusado entre la militancia y los dirigentes, pero si bien puede haber algo de eso, lo importante es que en la practicando PSOE es lo que el PSOE hace, o dicho de otro modo, sus cuadros dirigentes. Por eso mismo hoy cuesta verlo como una alternativa viable desde los ámbitos de una izquierda que ha realizado una enmienda casi a la totalidad del sistema. Esto se evidencia de forma palmaria en su ausencia de “programa” político que, en la práctica, impide la elaboración de una agenda común con el resto de la izquierda. ¿Cuál es el programa político del PSOE o ya puestos el del PP? ¿Porque son tan difusos o inaccesibles? La respuesta es clara: el programa aparece nebuloso porque el sistema mismo es su programa, su programa hecho obra. La oposición al sistema pues, es oposición al PSOE en la medida en que este se identifica con aquel y si bien, difícilmente puede optar por opciones rupturistas que trunquen su propia labor pasada, lo cierto es que su gran fracaso estriba en no haber podido construir un sólido relato reformista. De momento, y esto es así, no hay contrarrelato -que requiere una despiadada autocrítica- frente a Podemos.
En un escenario tal, la idea misma de la izquierda que sostiene el PSOE se torna en una sarta de clichés y lugares comunes que hacen amable el sistema mientras la derecha, verdadero líder en producción intelectual -porque está en su propio terreno- deriva el debate a especialistas asiduas a “think tanks” (el pueblo no lo comprendería así que ?para que molestarse?) que luego llegan al gobierno bajo la cobertura de la máscara “tecnócratas”. Los socioliberales del PSOE liman, matizan o profundizan en tal o cual área sistémica, pero son incapaces de provocar -mucho menos ilusionar- al pueblo e involucrarlo en la tarea política porque su programa ya ha sido realizado: ellos son el sistema y sus insuficiencias. De ahí su imparable decadencia, pues este partido no es la matriz original del sistema, sino sólo un instrento integrador y apaciguadir -normalizador si se prefiere- de una izquierda rupturista, y por ello, con razón, se le ha considerado como clave de bóveda del sistema. Pero como producto de la transición, comparte sus virtudes y sus defectos. Y sus defectos son muchos, incluida la sensación -que pende como una espada de Damocles- de que hizo un viraje demasiado rápido hacia la derecha de sí mismo, y que ese viaje sólo convenció por las especiales circunstancias de entonces, especialmente la amenaza de involución militar: una base muy débil.
Ello, junto a la posibilidad de alcanzar poder efectivo y la contraposición del PSOE con el régimen de Franco, hizo que mucha gente optara por el pragmatismo de elegir lo bueno frente a lo mejor. Pero el error quizá ha estado, en pensar que lo “mejor” -los planteamientos de máximos si se prefiere- habían sido olvidados. El PSOE, sin embargo, sabe bien que no es así, y por ello se guarda mucho, por ejemplo, de decirse monárquico, lo que le lleva a enunciar, como signo propio, contradicciones como aquella vez que Pedro Sánchez (La noche en 24 horas, Junio de 2014) dijo que “el PSOE es republicano, pero constitucional” lo que, en la medida en que constitución es monárquica, es tanto como decir que “el PSOE es republicano pero monárquico” o “el PSOE es republicano pero no republicano”. Quien se aburra, que lo escriba usando lógica proposicional. También, más allá de la conciencia culpable de los cuadros dirigentes del PSOE, la praxis politica reciente nos dice que no: sólo se ha necesitado una recesión económica para que aflore le precariedad de la posición del PSOE y la mitad de su electorado le abandone en menos de dos años. De ahí que pueda decirse que régimen del 78 -si se me permite esta expresión- es tan débil como su eslabón más débil. Y ese eslabón es el PSOE: si él esta fuerte, el sistema es fuerte; si está débil, el sistema es débil.
El problema, por supuesto, estriba en la rendición de la izquierda al modelo conservador. Como en el caso del PSOE, se empieza abandonando el marxismo en favor de la socialdemocracia y luego la socialdemocracia en favor de la “Tercera vía” socioliberal ?donde termina ese viaje? En la derecha claro, porque el sistema es su sistema, y siempre exigirá una más profunda rendición de la izquierda. Por eso algunos medios e intelectuales llaman izquierda a C’s: ese sería su sueño dorado. Que Ciudadanos sea el ala izquierdista del sistema y que el sistema no sea contestado, esto es, la vuelta al turnismo decimonónico con un partido (verdaderamente) liberal y un partido conservador. Pero he aqui que el PSOE no se queda atrás -aunque sin duda arrastra demasiados resabios izquierdistas para el gusto de algunos- e intenta, motu proprio, no sólo no reconfigurarse para abanderar el liderazgo de la izquierda, sino ocupar de pleno derecho el nicho ideológico liberal. Pero en el camino se ha desgarrado, ha ido demasiado lejos, se ha pasado de frenada: gran parte del electorado empieza a percibirlos como demasiado poco a la izquierda y su rápida mutación ha impedido que opere incluso la hipnosis de sus siglas. En efecto, si el PSOE hasta hoy ya era un partido del tipo “Tercera Vía”, esto es, un partido situado a medio camino entre la socialdemocracia y el liberalismo, no entiendo a que están jugando, pues sus propuestas -incluido su pacto con C’s- empieza a acercarles peligrosamente a la imagen de PSOE “Cuarta vía”, esto es, a medio camino entre la Tercera Vía (?centro?) y la derecha. Supongo que al final, en las cuestiones económicas, -que son las que importan- si aceptas jugar con las reglas de la derecha, te acabas convirtiendo en derecha. Solo eres izquierda en tanto que ala izquierda de la derecha. Oh vale, bien, el PSOE de vez en cuando exhibe un poco de buen viejo musculo anticlerical. Pues vale, pero para mi -además de que la iglesia ya no es el Leviatán que era- los cristianos no son el enemigo, es más, salvo algún jerarca radical, son amigos. La izquierda no puede consistir solo -que esta muy bien pero es insuficiente- en consejos de ministros paritarios y bodas homosexuales. Eso es quedarse en lo anecdótico, es quedarse en un capitalismo “cool”, pero ¿por que iba a este a enfrentarse con gays o mujeres si puede venderles productos? Haced lo que os plazca, mientras consumáis…
En material contraposición con todo esto, la realidad que está emergiendo -antigua como el mundo mismo, pero de algún modo olvidada en occidente- es que no puede haber emancipación sin una mínima lucha sobre las condiciones económicas y la justicia social, que empieza por aquella. Ya lo dijo Hegel: “Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí mismo”.
En mi opinión, y si la historia puede enseñarnos algo, el PSOE, como ya se ha esbozado antes, esta siguiendo el mismo camino que todas las alas izquierdas de los sistemas liberales decimonónicos. El mismo camino que, por ejemplo, llevo a la desaparición del Partido Liberal de Lloyd George en el Reino Unido o al Partido Liberal de Romanones en España durante el primer tercio del siglo XX. Lo curioso de hoy en dia, es que en la España de la Tercera Restauración Borbónica (la primera el retorno de FVII tras José I Bonaparte, la segunda la de Alfonso XII tras el sexenio democrático y tercera la actual) se esta siguiendo un guión muy similar al de la Segunda Restauración. Aquella se produjo en 1875, esta en 1975, ambas sufrieron un evento violento que las marcó en el cambio de siglo (Guerra de Cuba 1898 y 11M en 2004), no mucho después sufrieron un movimiento político que removió conciencias y robusteció a las fuerzas contrahegemónicas poco después (Semana Trágica 1909 y 15M en 2011) y finalmente encuentran su primera crisis seria por la descomposición del sistema político en la primera década del siglo (la triple crisis de 1917 -que incluye significativamente el tema catalán- y las elecciones de 2015-2016). Hasta aquí hemos llegado, veremos si la historia de España sigue asemejándose a si misma. Pero si lo hace, será, por supuesto, bajo aquella sentencia de Marx que dice que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. El nivel de nuestros lideres actuales así lo confirma. Sea como fuere, el hecho es que casi todos los partidos liberales decimonónicos -el ala izquierda de aquellas sistemas- como el Español y el Ingles se descompusieron en los años 20 ante la llegada de partidos verdaderamente izquierdistas. Cuidado señores del PSOE que quizá vuestro predecesor, el partido de Sagasta, os podría enseñar algo.
Con todo, la pugna por el espacio de la izquierda está lejos de haber concluido. Si bien es cierto que el PSOE ha perdido mucho terreno, su condición dista de ser crítica tanto respecto a las cuótas directas de poder estatal efectivamente controlado, como cuanto respecto a su capacidad discursiva para articular un discurso hegemónico en la izquierda. Eso sí, el Goliat de la izquierda ha sido desafiado por un David mesiánico cada vez más filisteo. El problema para Podemos es pues lograr salir -y salir acompañado- de los esquemas consensuales -o sea, de sentido común- del sistema. Convencer y convencerse de que más allá de lo que dicta el sentido común imperante hay, precisamente, un “más allá” y que este no es, necesariamente, el camino “into the badlands” que la intelectualidad sistémica proclama, pues cuando estos pierden autoridad, y su cosmovisión cede terreno:
“sienten que se les hunde el terreno bajo los pies, se dan cuenta de que sus “prédicas” se han convertido precisamente en “prédicas”, es decir, en algo ajeno a la realidad, en pura forma sin contenido, en larva sin espíritu; de aquí su desesperación y sus tendencias reaccionarias y conservadoras: la forma particular de civilización, de cultura, de moralidad que ellos han representado, se descompone y por esto proclaman la muerte de toda civilización, de toda cultura, de toda moralidad y piden al Estado que adopte medidas represivas” (A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo)
Convencer, opinar, abrir ese camino no es la tarea misma, sino su condición misma de posibilidad. La tarea empieza con la apertura misma: la articulación de ese movimiento -amorfo, subversivo y contrahegemónico- en una fuerza política coherente. Tarea que notable -pero también parcialmente- Pablo Iglesias y su capilla han conseguido llevar a cabo.
Nota Bene I: Este artículo es en su primera parte creación original reciente y en su segunda mitad el producto de reciclar un comentario mío hecho algún tiempo atrás en este foro.
Nota Bene II: Por si hubiera alguna duda, o alguien se preguntará a que estoy aludiendo, simplemente matizar que el concepto de “revolución pasiva” usado en el artículo es aquel desarrollado por Gramsci.
Fdo: Numendili 😉
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