Antes teníamos bipartidismo, pero ahora nos empujan todos los días hacia la polarización política entre el PP y Podemos. Leyendo la prensa o navegando por los foros, a menudo parece que la política española es cosa de dos: de los buenos y los malos; el yin y el yang; los azules y los morados (o a la inversa).
Los periódicos, las televisiones, los comentarios, las redes sociales, los escándalos,… todo nos lleva inevitablemente a la polarización. Se atiza el fuego desde un extremo y se responde desde el contrario soplando. Parece que a ambas partes les conviene hacerlo así. Los periódicos de la derecha atacan una y otra vez a Podemos, lo adoptan como enemigo principal, destapan escándalos o se los inventan si hace falta, con el único afán de señalar con el dedo a los podemitas, que son, al parecer, el demonio mismo. Por su parte, los de Iglesias siguen con su discurso de defensa “de la gente”, etiquetando tácitamente a todos los que no están de su lado como parte de la casta. Azules y morados acaban librando así la única guerra que les interesa, aceptándose mutuamente como enemigos, y pretendiendo que todos participemos de su lucha.
¿Pero debemos hacer tal cosa? ¿Tenemos que escoger? ¿Qué hay del esquema de cuatro partidos que salió del 20-D? ¿Cómo encaja ese esquema multipolar en la disputa PPodemos?
No encaja. A Podemos lo que le va es la guerra contra el enemigo del pueblo, y esa contienda necesita un adversario único. Ese adversario tiene nombre y se llama Partido Popular. Otros posibles actores (PSOE, Ciudadanos) son un obstáculo en el campo de batalla: distraen. Los terceros partidos no son buenos para Podemos, porque aportan puntos de vista que no entran en el juego de “o nosotros o la casta”. La estrategia de Podemos sigue siendo la hegemonía, y pasa entonces por restarles protagonismo, desactivarlos o ningunearlos del mismo modo que ha hecho (con éxito) con Izquierda Unida. El mensaje es claro: aquí no hay más lucha que la de Podemos frente al poder establecido. Y en esa dialéctica adolescente contra el papá-PP nos quieren embarcar a todos. Su problema es que, quizás, no todos nos hemos vuelto adolescentes de repente.
Para Podemos el poder tiene nombres y apellidos, canas y talonario de cheques. Es como un papá malvado contra el que hay que luchar. Y para eso llegan ellos, para derrotarlo con la espada justiciera en la mano. Los demás, los terceros, los melifluos, deberán optar finalmente por un bando u otro: “Quien no está conmigo está contra mí”, decía Iglesias, perdón, Jesucristo.
Para Podemos solo hay una forma de conseguir que los blandengues de enmedio, sobre todo los que se hacen llamar socialistas, abran los ojos y acaben apoyando a los salvadores: tienen que ser superados ampliamente en las urnas. Solo entonces los socialistas se rendirán.
Para el PP solo hay una forma de conseguir que los blandengues de enmedio, sobre todo los robavotos de Ciudadanos, acaben volviendo al redil: que el miedo a Podemos devuelva los votos al PP, y lamine a Rivera. Solo entonces los naranjas se rendirán.
Esta estrategia puede llegar a darle frutos a Podemos, pero, por el camino, a quien le proporcionará réditos seguros es al Partido Popular. Y es que solo gracias a la irrupción de Podemos se puede entender que el partido más odiado de España, el Partido Popular, siga siendo también el más votado. Al PP le ha venido Dios a ver con la llegada de Podemos, Confluencias y demás. De no ser por todo esto, acosados por casos de corrupción constantes, los populares llevarían muchos meses ocupando ya los bancos de la oposición. Solo la resistencia frente al enemigo morado, la polarización mental en que se ha atrincherado el electorado del PP, ha permitido conservar la mayor parte de los votos. El PP vive del miedo a Podemos del mismo modo que Podemos vive del odio al Partido Popular. A la larga el miedo resulta ser una fuerza más poderosa que el odio, pero esa es otra historia. A la corta, ambos salen beneficiados.
Por el camino quedan España y los españoles, o al menos la mayoría, que en esta guerra ni pintan nada ni querrían saber nada. En esta representación de odios y miedos, con forofos lanzados a saco a las redes sociales para vituperar al enemigo, ¿dónde queda el sentimiento de los que no comulgan ni con la nueva religión ni con el viejo gobierno?
La mayoría de españoles no está del lado ni de unos ni de otros. Se colocan en los puntos centrales de espectro político, ni muy a la derecha ni tan a la izquierda. Quieren un país mejor, cambiar lo que está mal, remover lo que haga falta, pero sin revoluciones ni mesías. Los españoles, mayoritariamente, no quieren ni a este PP ni a este Podemos en el gobierno. Y si es así, ¿por qué van a tener que resignarse a tenerlos? La única mayoría absoluta de la que puede presumir nuestra democracia es la que comparten PP y Podemos: tanto uno como otro suscitan el rechazo de más del 50% de la población, y a cambio solo tienen el apoyo del veintitantos. Y con eso nos quieren gobernar a todos.
Gran parte de la prensa y los medios, entregados a la polarización, es decir, a la acusación y hasta a la mentira, beneficia a estos dos partidos. Casi todos los días se lanzan acusaciones contra Podemos que luego los podemitas rechazan en las redes sociales, de las que son dominadores absolutos. Entonces se entablan batallas dialécticas con las que, deliberadamente o no, alimentan al PP. Los derechistas, dominantes en muchos medios de comunicación, alimentan por su parte a Podemos dándole portadas contra las que luchar, y protagonismo del que aprovecharse.
De esta forma, los que más gritan están pasando a dominar el debate. De aquí a un mes, los intereses electorales del PPodemos van a intentar llevarnos aún más a su terreno. “O yo o el caos. -dirá Mariano-“. “O yo o el sistema. -contestará Pablo-”.
Si consiguen arrastrar a la sociedad, tras el 26-J nos dominará un parlamento donde las dos principales fuerzas políticas no solo no serán capaces de pactar, ni de ceder, ni de ver más allá de sí mismos, sino que ni siquiera podrán cruzarse por los pasillos sin arrojarse titulares de prensa y tuits a la cara. Bonito espectáculo nos espera si no reaccionamos.
Ante un debate tan mezquino, la sociedad civil debe levantar su voz con contundencia, de la única forma inapelable: con los votos. Debe decir que, más allá de iluminados y de esfinges, lo que quiere son gestores buenos y honrados que le permitan avanzar un poco más cada día, con realismo y espíritu constructivo. Esa gran parte de la sociedad civil que todavía no ha perdido el juicio, debe ir a votar serenamente para devolver a la marginalidad a quienes se sitúan en los extremos, a quienes se niegan a intentar pactar y a quienes solo quieren pactar si mandan ellos.
En una sociedad donde la mayoría de las personas (Gente con mayúsculas, la gente de verdad) se sitúa entre el 4 y el 6 de la escala derecha-izquierda, pretenden gobernarnos quienes tienen su mayor apoyo social fuera de ahí, en el 3 y el 7 de la escala. Partidos cuya militancia, por si fuera poco, se asienta aún más lejos: en el 2 y el 8 (respectivamente).
Vayan ustedes a hacer gárgaras, señores polarizadores. Podrán copar los medios, las redes, los comentarios, los gritos, pero no son ustedes más numerosos que nosotros: son menos. Solo nos ganarán si nos refugiamos, cansados, en la abstención. Tenemos que vencer al desaliento, tenemos que dejar a un lado la náusea que nos provocan sus disputas. Tenemos que ir a votar por un país mejor donde todos quepamos, y no solo los de un bando. No hay que abandonar el centro del tablero. Si luego, a la vista de los resultados, quieren ustedes acercarse a él, señores PPodemitas, serán bienvenidos. Pero si alguno de los dos prefiere seguir con su guerra, quédense con ella: es una guerra mala para el país, y no vamos a participar en ella.
Un viejo comunista lo dijo claro hace treinta y cinco años: “Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios”. Él cantaba pensando en los militares de la transición (era otra época). Ahora hay que ampliar el discurso: ahora, donde la canción dice “patria,” también hay que poner la palabra “gente”. Ya está bien de hablar en su nombre. Gente somos todos.
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