Ayer se hizo pública la segunda decisión semanal sobre los cambios de fase, que se está convirtiendo en una disputa, básicamente, entre el gobierno de España y la Comunidad de Madrid.
En el camino del desconfinamiento cada comunidad está siguiendo su propia ruta, y el gobierno es finalmente quien hace caso o no, asumiendo total o parcialmente los postulados que defiende el gobierno autonómico, para tomar la decisión final.
Esta forma de actuar tiene ventajas e incovenientes. No ayuda el hecho de que no exista un catálogo claro y determinado de criterios objetivos, con baremos que todos puedan consultar para saber quién y cómo puede o no pasar de fase porque “progresa adecuadamente”. Se han hecho públicos los criterios, sí, pero la forma de ponderarlos no ha sido difundida, de manera que se presta al agravio y la protesta. El hecho de que todo se resuelva, finalmente, en un debate entre cada comunidad y el ministerio de Sanidad tiene la consecuencia positiva de que se adoptan generalmente medidas más adecuadas al terreno que cada cual pisa, pero el inconveniente de que, si hay desavenencias, acaban siendo utilizadas como armas arrojadizas.
El espectáculo que se está dando con Madrid empieza a ser muy preocupante. ¿Cómo puede exigírsele a los ciudadanos rigor en el cumplimiento de las normas, cuando se les obliga a presenciar previamente el enfrentamiento entre los dos gobiernos?
En el fondo, la disputa se centra en saber si debemos tener una mayor garantía de salud a costa de aumentar el riesgo para la economía, o una mayor garantía para la economía a costa de un mayor riesgo para la salud. Esa es la ecuación con la que han jugado, con mayor o menor acierto, todos los gobiernos del mundo en esta crisis, y el problema es que no tenemos instrumentos infalibles que nos permitan cuantificar cada uno de los dos términos de la ecuación. El reto consiste en conseguir minimizar a la vez los dos extremos de los que se compone, porque, finalmente, pueden acabar por entremezclarse y crecer ambos a la vez.
Quien crea que tomar decisiones en este contexto es fácil se equivoca, pero, o caminamos de una vez conjuntamente, o el espíritu cainita de los españoles saldrá a la luz una vez más. Los ciudadanos acaban por no so saber qué hacer, divididos absurdamente en dos bandos, y eso será tan malo para el término izquierdo y como para el derecho de la ecuación que nos traemos entre manos.
Esto no es una broma: nos estamos jugando nuestro futuro. Debemos confiar e que cuando hayan pasado muchos meses lo ocurrido nos parezca un mal sueño, porque ya se sabe que si un sueño se convierte en pesadilla su recuerdo puede llegar a atormentarnos (y condicionarnos) para siempre.
En las manos de unas pocas personas está el poder necesario para evitarlo. La clase política debe tomar nota y no consentir que espectáculos como el de ayer se vuelvan a repetir ni una semana más.
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