https://crashoil.blogspot.com/2020/09/nadie-al-timon.html?m=1
Se acerca el final del verano en el hemisferio septentrional, y esta efemérides astronómica va a marcar muchos cambios en este agitado año 2020.
Las inquietudes de muchos están centradas en el impacto que el cambio de estación tendrá sobre la propagación de la CoVid en los países del norte (y también se dilucidará si, con suerte, la llegada de la primavera austral supone una mejora de la situación en los países del sur). La pandemia de este nuevo virus ha puesto patas arriba nuestro mundo, agravando la crisis económica que de todos modos tenía que sobrevenir. La angustia personal de las personas económicamente más vulnerables y la inseguridad que ha generado este evento inesperado han favorecido el afloramiento de discursos simplistas y falaces de escasa base científica y contraproducentes para lidiar con las dificultades del momento.
Pero mientras se discute intensamente sobre los galgos y los podencos de la CoVid, muchos otros fenómenos de impacto telúrico sobre nuestro mundo tienen lugar de manera bastante acallada.
Tenemos, por un lado, las quiebras masivas de compañías petrolíferas de mediano (y no tan mediano) tamaño. Solo en EE.UU., las quiebras de este año representaban, a principios de agosto, un pasivo de 55.000 millones de dólares.
La caída del sector petrolífero estadounidense es muy relevante porque, como comentábamos recientemente, la producción de petróleo de todo el resto del mundo lleva estancada desde 2015. Pero ni siquiera se puede echar la culpa de todo este hundimiento económico a la CoVid: lo cierto es que en EE.UU. las quiebras de compañías petroleras son muy onerosas desde al menos 2015, aunque bajaron desde 2016 gracias al apoyo de la Administración Trump.
Y ahora que el fracking muerde el polvo se empieza a hablar más alto y claro de las consecuencias del frenesí de la última década, y en particular el envenenamiento masivo de las aguas subterráneas. Pero ahora ya es tarde para lamentarse.
La debacle no acaba aquí. Con la actual crisis económica y caída de la demanda, la degradación del sector petrolero está tomando una aceleración que va mucho más allá del ruinoso fracking estadounidense. A mediados de agosto quebró Valaris, la mayor compañía del mundo en operaciones de pozos de petróleo en el mar. La mayor compañía mundial de servicios al sector petrolíferos, Schlumberger, despide 21.000 personas y reduce drásticamente sus actividades. Y una de las grandes compañías petrolíferas del mundo, Exxon, se ha visto expulsada del Dow Jones después de un siglo formando parte de ese selectivo índice bursátil. Los días de gloria de la industria del petróleo quedan atrás, y no volverán. Y con la caída de la industria del petróleo, no hay esperanza para la recuperación de la economía.
Tan grave es la situación del sector del petróleo, y tan incierto el mercado de la energía, que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha tomado dos decisiones sin precedentes con respecto a su próximo informe anual, el World Energy Outlook 2020. Por una parte, adelante su publicación un mes (saldrá el 13 de octubre). Por la otra, aunque mantengan la proyección temporal de sus escenarios de previsión en los próximos 25 años, el foco de la discusión se centrará en los próximos 10; más aún, ofrecerán datos detallados de esos escenarios (que yo analizaré gustoso cuando llegue el momento). Tal cambio de perspectiva en la predicción es un claro indicio de que estamos en un punto de transición: en cualquier sistema físico, un cambio de fase significa un límite en el horizonte predictivo. La nueva estrategia de la AIE es un reconocimiento implícito de que, llegando al peak oil, no se pueden hacer predicciones a largo plazo. Forzada por las circunstancias, la AIE reconoce, a su manera, que estamos en el umbral de un cambio de grandes dimensiones...