Me gustaría aprovechar la resurrección del foro después de medio año para estrenarme dando mi opinión sobre un par de asuntos que me preocupan mucho, tras haber tenido la mala suerte de haber comenzado a ser asiduo a esta página justo cuando se dio el cierre de su sitio específico para el debate y el coloquio.
Antes de empezar, recalcar que lo aquí escrito se trata obviamente de mi parecer y no de una verdad absoluta, y de hecho si lo publico aquí es para dialogar y conversar con más gente para intercambiar posturas, lo que os pido que hagáis siempre desde el máximo respeto, por favor. Sin más que añadir, comienzo mi exposición.
Últimamente he ido observando con bastante temor la adopción de actitudes fascistas en mayor o menor medida por gran parte de las agrupaciones políticas de nuestro país, independientemente de su posicionamiento ideológico. Cabe señalar dos cosas muy importantes sobre lo anterior dicho: la primera, como habréis podido notar, es que no califico a ningún partido con ese pesado adjetivo, pues a día de hoy no considero que ninguna de las principales formaciones sea inherentemente fascista; aunque sí considero que es evidente cuáles son más proclives a tener este tipo de conductas e incluso a estar orgullosos de ellas en múltiples ocasiones. La segunda cuestión a destacar es recordar que ser fascista no tiene nada que ver con ser de izquierdas o derechas, pese a que algunos quieran relacionarlo constantemente con ello.
Ser fascista es más bien una forma de ver el mundo y comportarse ante él. Es algo decididamente peligroso, porque además de otorgarle a las personas una tranquilidad espiritual gracias a la fe ciega en un conjunto de creencias y fundamentos innegables e indiscutibles, como todos los dogmas, involucra la idea de la violencia y la represión hacia “el enemigo”, que acaba convirtiéndose en sinónimo de todo aquel que piensa diferente. Realmente es algo muy simple a nivel psicológico; la persona se desquita en su faceta de animal más salvaje contra el que no opina como él en un puro ejercicio de tribalismo y se ve aliviado de cualquier posible remordimiento o culpa gracias a esa gran justificación que tanto ha movido al humano a lo largo de la Historia: “Debía hacerlo porque tenía razón.”
Iniciaba el tema diciendo que había un par de asuntos que me inquietaban. Pues bien, el primero es este; el retorno y la normalización de conductas fascistas después de pasado tanto tiempo. El hecho de que hoy en día cada vez más personas piensen que se debería de ilegalizar a determinadas formaciones políticas simplemente por sus ideas, a pesar de que otras tantas creerán que estas alternativas son las mejores y son las agrupaciones de ellos las que deberían de ser prohibidas por el bien del país, es irónico a la par que aterrador.
Sé muy bien que algunos de vosotros a estas alturas querréis responderme con la tan malinterpretada paradoja de la tolerancia del célebre filósofo Karl Raimund Popper para indicarme que “No se puede ser tolerante con el intolerante si de verdad se quiere defender a la democracia." Y, si puedo llegar a estar de acuerdo con esta proposición, a mi juicio requiere de una importante matización para considerarla como correcta. Y esto último, señores, es lo segundo que no me deja tranquilo y querría expresar en este mensaje.
La verdadera paradoja de la tolerancia del austríaco nacionalizado británico (cuya interpretación verdadera os dejo al final de este tema en una sencilla imagen) en realidad nos señala que debemos actuar contra el intolerante, sí, pero solo contra aquel que utilice como argumento la violencia. Hay quien me criticará, y estará en su total derecho, pero yo voy un paso más allá de Popper y subo la apuesta a que debemos frenar exclusivamente al intolerante que emplee de forma directa la violencia. Ahí sí que no hay duda alguna de que se está haciendo lo correcto por el bien común. Pero si el intolerante no usa este recurso en ningún momento, por mucho que nos pueda llegar a pesar, nuestro deber como auténticos demócratas es rebatirlo mediante el uso del argumento y la lógica. No nos queda otra si queremos ser coherentes con nosotros mismos.
Es por todo esto por lo que me opongo y siempre me opondré a las medidas legales contra cualquier ideología, incluso aquellas que propugnen sin pudor alguno, por ejemplo, la agresión a ciertos grupos presentes en la sociedad, como el nazismo (a menos que, como ya se ha señalado antes, se atrevan mínimamente a llevarlas de la teoría a la práctica; ahí mano dura sin duda alguna). Y no sostengo esta postura por un buenismo estúpido y excesivo hacia aquellos que basan sus ideales en el daño y perjuicio hacia otros, sino que la mantengo por la firme convicción de que solo con el debate e intercambio de ideas sosegado y calmado en los que demostremos todos juntos la enorme debilidad de los “argumentos” de estos grupos, podremos avanzar hacia una sociedad más culta e inteligente en la cual los grandes errores cometidos en la Historia serán una fuerte perpetua de conocimiento y no algo de lo que se evite hablar y no se discuta simplemente porque “ya está superado y así conseguimos que no vuelvan a suceder hechos así”; de vuelta al dogma.
Me gustaría terminar esta disertación con una breve alegoría propia que confío todos entenderéis sin problema:
Había una vez un circo donde todas las personas que lo frecuentaban se reían de las tonterías manifestadas por un famoso payaso no muy inteligente del lugar. Los visitantes soltaban carcajadas y no se tomaban nada en serio de lo que dijera el personaje, puesto que consideraban que su función era netamente cómica. No obstante, a los dirigentes de los espectáculos de aquel hombre les preocupaban algunas cosas absurdas que llegaba a decir en algunas ocasiones sobre diversos acontecimientos sociales, culturales y políticos, y al final, por si acaso, decidieron censurar por completo lo que comentaba sobre dichos temas.
La gente, sin embargo, comenzó a especular con la posibilidad de que lo hubieran callado desde muy arriba; las más altas esferas de la nación habían intervenido para cerrarle la boca. ¿Y si aquel hombre aparentemente loco era el único cuerdo y ellos se estaban riendo del único individuo que les decía la verdad? Demandaron más libertad de expresión para aquel humilde artista ambulante, ante lo que la dirección del circo cometió el error de no solo negarse a ceder sin posibilidad alguna de negociar sino también el de limitar todavía más sus actuaciones. Todo esto generó un efecto mayor en la sociedad que se posicionaba cada vez más en torno a la figura del payaso.
Y al final, sucedió algo completamente inesperado: el hombre, ignorante y humilde, consiguió hacerse con el poder. Pero lo más memorable sin duda alguna no fue eso. Lo legendario de todo aquello debió de ser la cara que pusieron los censores del artista cuando les llegó la prohibición de realizar su trabajo “por el peligro que eso supondría para la sociedad.”
No seamos como los censores del relato. Con esto quiero decir que literalmente no censuremos. Debatamos siempre con todo aquel que no recurra a la violencia de forma directa u ocurrirá continuamente lo de esta alegórica historia.
Imagen de la verdadera paradoja de la tolerancia por el filósofo Karl Raimund Popper:
Estoy de acuerdo con mucho de lo que pones, pero a mi forma de ver hay un problema de inicio y es que esta sociedad NO tiene claro unos principios a partir de los cuales aguantar el debate.
Para algunos los derechos humanos son sagrados e intocables, pero siempre habrá otros que opinen que hay varios de ellos que no son soportables...
Para unos habrá conceptos culturo-territoriales imprescindibles mientras habrá otros que crean que la humanidad ya es suficientemente estrecha...
y así un eterno etc...
Con ello se da pie al debate, sin duda, pero también es el propio germen de la intolerancia...
Muy de acuerdo. Si no te gusta lo que dice alguien, rebátelo pero no lo censures. Desgraciadamente, cada vez nos alejamos más de lo que debería ser una sociedad liberal e ilustrada con su libre intercambio de ideas y opiniones y nos adentramos en lo que llaman la cultura de la cancelación (señalar al discrepante para que no se le permita dar tales opiniones públicamente). Cada vez hay más temas tabú.
No sé si servirá de algo, pero algunos intelectuales empiezan a alertar de esta deriva totalitaria de la sociedad, mayormente impulsada por la izquierda. Por ejemplo, la carta que firmaron hace un año gente como Chomsky, Gloria Steinem, Martin Amis, Margaret Atwood, JK Rowling o Wynton Marsalis:
Para quien lo prefiera contado por El País:
2-No estoy de acuerdo con tu interpretación de la paradoja de Popper. La acción contra la intolerancia puede y debe emprenderse antes del uso de la violencia. Y ésto no te convierte en un intolerante, sino precisamente en un defensor de la tolerancia.
De la misma forma que si te opones a que alguien quite los derechos a una tercera persona no estás coartando y limitando la "libertad" de ese alguien a quitar derechos, sino defendiendo la libertad y los derechos de la 3a persona, y de todos en general.
Un caso claro es el de los discursos de odio. Recordemos: la violencia siempre viene precedida por las palabras. Por discursos que señalan y estigmatizan. Que por lo tanto normalizan progresivamente el odio, justifican la discriminación y finalmente justifican la violencia. O peor: la promueven.
Aquí te dejo el enlace de la ONU sobre el tema. El informe interesante es el 3o. Paginas 8 a 15 aprox. En la pagina 10 está la definición de "discursos de odio". Y de forma muy resumida, te he contado los motivos de por qué se justifica la lucha contra los mismos ( que no es lo mismo que censura).
¿Que ésta lucha es cosa de intolerantes? Puede degenerar en ello si es mal dirigida. Pero incluso en este caso, no veo como puede ser más perniciosa que los discursos que combate.
https://www.un.org/en/genocideprevention/hate-speech-strategy.shtml
pero si persiste hay que buscar otros métodos.
Esta coletilla es lo que no me gusta. ¿Qué pasa si se considera discurso de odio (supuestamente precursor de la violencia) la tesis de la lucha de clases (odio a la burguesía), por ejemplo?, ¿o el feminismo de género (odio al varón)?