En la historia de la tecnología hay momentos que lo cambian todo. Tarden más o menos en extenderse, acaban propiciando cambios profundos para los que no hay vuelta atrás, solo pasos hacia delante. Hacia el siguiente cambio.
En términos de comunicación, la escritura fue el primer gran invento que lo cambió todo, hasta el punto de separarnos del resto de animales para permitirnos crear cultura y transmitirla de generación en generación. La imprenta multiplicó el alcance de esa comunicación, y su penetración social, al crear libros fáciles y baratos de hacer. El telégrafo, la radio y el teléfono, al darnos la posibilidad de comunicarnos de forma inmediata con la otra punta del mundo, empequeñecieron el planeta para siempre. Internet llevó esto al extremo y facilitando la globalización.
Luego llegó el smartphone, que puso en nuestras manos potentísimos ordenadores multifunción que nos han hecho agachar la cabeza e individualizarnos de forma extrema. Hoy, en el transporte público, en las salas de espera, en el retrete, en los ratos muertos, leemos en el móvil, chateamos con familia y amigos con el móvil, publicamos en redes sociales con el móvil, y jugamos a Candu Crush o a un casino móvil tumbados en el sofá. Y todavía andamos estudiando el efecto que tiene en el crecimiento cerebral de los niños la fragmentación de la atención que genera la visualización sin fin de videos breves.
Pero para los fabricantes tecnológicos no hay pausa posible, por deseable que fuera para los consumidores, antes conocidos como ciudadanos o simplemente personas. Ya andan buscando el siguiente cambio revolucionario que se convierta en trillones de dólares y vuelva a transformar, una vez más, la sociedad.
Pero no está siendo tan sencillo.
La IA será parte, no el todo
Sin duda alguna, el cambio tecnológico más potente y reciente lo ha traído la llamada IA generativa. Su potencial es inmenso y, en campos como la medicina (por ejemplo, en la detección precoz del cáncer) puede ser revolucionaria. Por ahora, sin embargo, los mayores efectos los están notando los profesores, cuyos alumnos ya no hacen ningún trabajo ni investigan nada por su cuenta porque todo lo fían a preguntarle a ChatGPT.
La IA, además, está generando un importante debate, controversia y batalla legal en lo tocante a derechos de autor. ¿Tiene derecho una empresa de IA a ganar dinero con una IA entrenada con obras protegidas por derechos de autor que se han vulnerado al no pagar? El resultado de esta controversia es incierto, pero la IA ha llegado para quedarse, y nos queda mucho por ver transformado.
Sin embargo, la IA no es, por ahora, un dispositivo distintivo. La IA puede mejorar y potenciar a lo grande nuestros ordenadores y nuestros smartphones o tablets, pero no funciona por su cuenta, y posiblemente le falte mucho. Ejemplos de IA-dispositivos que sí se plantean como “game-changers” los encontramos en novelas de ciencia ficción como las de Kim Stanley Robinson. En su Trilogía de Marte, los colonos llevan en sus trajes, en el antebrazo, un visor de muñeca asistido por una IA. Imagina un smartphone pegado a tu brazo, al que puedes nombrar y al que le puedes dar órdenes por voz: busca esto, llama al otro, dime cuánto falta para, etc. En su novela 2312, esa IA ya es cuántica y la lleva la protagonista implantada.
En la vida real, a 2025, estamos muy lejos de todo eso. Y los fabricantes están probando otras opciones.
El fiasco del smartwatch
Lo más parecido a esa IA de muñeca imaginada por K. S. Robinson sería el smartwatch. De hecho, cuando salió el Pebble, muchos apostaron a aquella era la nueva revolución. Samsung, Sony, Apple, todos corrieron a diseñar los suyos, o a terminarlos si ya los tenían en marcha. ¡Por fin, toda la potencia y comodidad del móvil, en la muñeca!
Pero no. En realidad, el smartwatch no ha sido ninguna revolución. Para la generación que ha nacido y crecido con un móvil en la mano, un reloj de muñeca es algo incómodo y casi absurdo. Para los que sí recuerdan haber llevado relojes (algo que el smartphone ha matado en muchas personas), es simplemente un barroquismo innecesario. La pantalla, tan pequeña, no es cómoda para alguna de las funciones que proporciona el móvil. Y, seamos claros: casi nadie está tan ocupado, ni tiene una vida tan importante o tan ajetreada como para que sea muy necesario poder chequear tu correo o mensajes en un reloj sin tener que sacarte el móvil del bolsillo. Es algo que pueden aprovechar cuatro directos de multinacional, y disfrutar los pijos tecnológicos que puedan gastar dinero en gadgets, pero poco más.
Las gafas inteligentes y el problema de la privacidad
El primer envite de las gafas inteligente lo puso Google encima de la mesa con las Google Glasses, que luego derivaría en otros productos. La idea original eran unas ganas de apariencia “normal”, que dispondrían de cámara y micro incorporados, así como un pequeño auricular. Podríamos grabarlo todo, hablar por teléfono, e incluso desplegar información en los cristales. La Realidad Aumentada abriría aquí opciones interesantes.
Por ejemplo: turismo y arqueología. Imagina contemplar el Coliseo o las Termas de Caracalla no como se ven ahora, sino como fueron entonces, ahí mismo, frente a tus ojos. Imagina reconstruir y ver ante ti el imponente castillo del que solo queda media torre y poco más.
La IA, por su parte, podría ayudarnos con la traducción automática y hacer innecesarios a los intérpretes: todo lo que nos dijera un chino, un coreano, un ruso, un canadiense o un inuit lo tendríamos subtitulado en los mismos cristales.
Huelga decir que la IA está todavía muy lejos de poder hacer estas cosas con garantías (sus errores de traducción, por falta de comprensión del contexto son legendariamente graciosos). Sin embargo, si se pueden hacer muchas cosas ya con ello, y de hecho, Mark Zuckerberg considera que las gafas inteligentes sí serán el dispositivo que sustituya al smartphone, según repitió en múltiples entrevistas durante todo 2024. Aunque lo cierto es que el producto que él anuncia, una colaboración con Ray-Ban, lleva ya algunos años a la venta y le interesa a cuatro y el gato. No ha despegado, como no despegarán las Google Glasses, y por mucho que diga el magnate que para 2030 estarán en todas partes… hay voces que dudan de él. Con razón. No en vano, este hombre se ha dejado una millonada en crear un entorno virtual tan cutre que el Second Life de hace la tira, para fracasar a los cinco minutos. No es, lo que se dice, un visionario, sino alguien que la acertó una vez.
¿Por qué no acaban de funcionar, las gafas inteligentes? Puede haber muchos motivos, aunque se suele esgrimir el precio, y el mercado móvil precisamente está demostrado que cuando un producto interesa, la gente paga lo que sea. Podría aventurarse que el problema es, precisamente, la facilidad para grabar. ¿Quién quiere vivir en un mundo en el que cualquiera que pasa por la calle puede estar grabándote? Un mundo en el que te va a grabar cualquier cuando estás feo, cuando no te has arreglado y solo has salido a por el pan, cuando te hurgas la nariz disimuladamente, apoyado en un árbol. Entras en una tienda y lo grabas todo, y grabas a los dependientes. Vas al baño y todo lo que haces allí queda registrado, como no te acuerdes de apagar la cámara.
Hoy, la reacción habitual cuando alguien graba a otro con un móvil, es ponerse agresivo y a la defensivas, “¿por qué me grabas? ¡no tienes derecho a grabarme!”. ¿Quién quiere exponerse a ni siquiera poder defenderse? Cada vez más mujeres se cubren hoy en las playas como si volviéramos a los años 20 del siglo pasado, porque ninguna puede confiar en que no haya algún cerdo grabando con el móvil, e inmortalizando (y subiendo a la red) unos cuerpos que solo deseaban mostrar en ese momento y ese contexto particular. Si se extendieran las gafas inteligentes, quizá hasta se vaciarían las playas.
No parece, por tanto, el dispositivo que lo cambie todo por una adopción masiva.
No es tan fácil imaginar lo que nadie ha imaginado antes
Ha habido otros intentos y otros dispositivos. La compañía Humane lanzó en 2023 el AI Pin, un pequeño dispositivo que llevas enganchado al pecho como un pin. A priori, funciona asistido por IA y cumpliendo todas las funciones del smartphone, smartwatch etc, pero prescindiendo de la pantalla: lo que hace es proyectar una imagen holográfica sobre una superficie, como por ejemplo tu mano.
El proyecto levantó mucha expectación, hubo prerreserva, y desde su web ya se puede comprar directamente. Es pronto para saber si este dispositivo sí va a extenderse, o si será otro intento que quedará en tierra de nadie, o como recurso tecno-pijo para gente con dinero que gastar. Quizá el nuevo dispositivo sea algo que ya imaginaron autores y autoras de ciencia ficción. O quizá algo nuevo y sorprendente que aún no nos veamos venir. No es tan fácil, al fin y al cabo, crear lo que nadie ha imaginado antes. Como tampoco lo es cambiar la sociedad. Solo tenemos una certeza que nos proporciona la historia: antes o después, ocurrirá.

























































































































































































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