Entre semana se llega a acuerdos formales y se celebran las sesiones solemnes que permiten constituir gobiernos y ocupar puestos de responsabilidad. Pero en los fines de semana se llevan a cabo numerosas conversaciones internas, informales, movimientos estratégicos, alianzas personales, mensajes a varias bandas y tomas de posición. En definitiva, se desarrolla un juego decisivo en el que no se toman piezas pero se despliegan las posiciones de cada cual: un juego imprescindible para lograr que los partidos alcancen los objetivos que se proponen.
A estas alturas ya solo quedan tres fines de semana para que sepamos en qué acabará este sainete. De momento, el CIS, cuya última encuesta mensual no nos sirve para conocer la intención de voto, porque por alguna razón ha renunciado a ello, sí nos vale para conocer el estado de ánimo de los españoles. Y el CIS nos dice que los votantes están, literalmente, hartos. La clase política es vista como “un problema” por un porcentaje de españoles mayor que nunca. Toca, por tanto, que esos mismos políticos lleguen a acuerdos de una vez, si es que quieren o les importa algo que su imagen pública mejore.
¿En qué momento está cada partido ahora mismo?
El PSOE sigue esperando, tranquilo desde su superior posición. Con la idea de que unas hipotéticas elecciones anticipadas solo le interesan a él, continúa confiado en que su primera opción, Podemos, acabe cediendo y conformándose con un “gobierno de cooperación” donde los puestos de responsabilidad que deban ocupar los de Iglesias, si los hay, sean de segunda fila.
Si Podemos falla, siempre quedará la alternativa de intentar una abstención in extremis de Ciudadanos o incluso del propio Partido Popular “por responsabilidad“. Y si esa opción tampoco resulta, las elecciones no son un problema para Sánchez. Al revés.
En Podemos conviven dos sensaciones: la primera, la de que es el momento del “ahora o nunca” para “tocar poder”. La segunda, la de que no se puede claudicar ante el PSOE a cambio de migajas. El miedo a unas próximas elecciones, a ser laminados por una ola de voto aún más útil a favor de los socialistas, lastra a muchos, pero el temor a asumir un papel de comparsas en un futuro gobierno, papel que podría llevarles a un bajón aún mayor para unas lejanas elecciones de 2023, sirve de contrapeso.
En Vox saben que su camino electoral está siendo, en cierto modo, paralelo al que siguió Podemos hace años, solo que han logrado alcanzar mucha menos altura y están quemando etapas mucho más rápidamente. Los fracasos a la hora de llegar a acuerdos con luz y taquígrafos les están dejando un sabor amargo. Votarán “no” a Sánchez, pero, en cambio, se debaten en varias comunidades autónomas entre apoyar gobiernos de PP y Cs, respecto de los que se sienten “ninguneados”, o seguir con sus órdagos, hasta permitir incluso gobiernos del PSOE en Murcia o Madrid, algo que quizás sus votantes no perdonarían. Jamás.
El Partido Popular, cómodo ante el desgaste de Vox y Ciudadanos, tiene, sin embargo, su propia encrucijada. Si no consigue el apoyo de ambos, apenas tocará poder, y sin él, el papel de “primer partido de España” (del que aún sigue presumiendo, incomprensiblemente, su cuenta de Twitter), se convertiría en poco más que una broma. Cómo conseguir aunar a Vox y Ciudadanos, cuando ya no es posible hacerlo sin que ambos lleguen a acuerdos comunes, supone un auténtico rompecabezas para los de Casado. De no conseguirlo, su poder autonómico, esencial para afrontar con fortaleza las futuras convocatorias electorales, quedaría reducido a la mínima expresión.
Y por último, Ciudadanos, al que muchos llaman “veleta”, está, paradójicamente, enredado en su rigidez. El partido pone cordones sanitarios a la vez a VOX y al PSOE, en un intento de ser coherente y no desdecirse, pero lo que parece estar cosechando, al menos en el corto plazo, es incomprensión y desapego de gran parte de la ciudadanía e incluso de sus propios votantes. Ciudadanos está ante un precipicio que nadie sabe cómo podrá evitar, con el riesgo de fractura interior en el horizonte.
Este es el escenario, con los gobiernos de varias comunidades autónomas aún por decidir, los votantes hastiados y los nervios de nuestros políticos a flor de piel. Quedan tres fines de semana para que las conversaciones informales, las idas y venidas y hasta los encuentros furtivos decanten muchas posiciones. Y quedan diez días laborables para dar la cara hasta que, a partir del día 22, ya no haya dónde esconderse.
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