Ku Klux Trump

Las manos a la cabeza. Pocos ciudadanos estadounidenses se podían creer lo que estaban viendo por televisión hace tres días: su Presidente esquivando condenar enérgicamente los actos violentos que los neonazis habían protagonizado unas horas, y que habían resultado en la muerte de una persona en Charlottesville.

Nadie podía imaginar que en pleno siglo XXI el mundo entero iba a asistir a un desfile, antorcha en mano, en las calles de una localidad del denominado “primer mundo” donde miles de personas con el brazo en alto gritaban asquerosas consignas racistas.

Vale, asumimos que no está en manos de nadie el evitar estos actos. Hoy en día un loco propone una idea y en 20 minutos su mensaje amplificado en las redes sociales puede convertir los delirios de un individuo solitario en actos masivos. Lo que sorprende es la nula voluntad por disolverlos o, al menos, condenarlos.

Trump lleva desde que inició su campaña en el foco. Es un personaje que atrae a las masas y los medios lo saben y le sacan partido. En cuanto ocurre algo en cualquier lugar del planeta todos pensamos “¿qué habrá dicho Trump al respecto?” acostumbrados ya a que el “líder del mundo libre” nos deje ojipláticos con su impunidad para atacar, calumniar y despreciar a cualquier sector de la sociedad.

Primero fueron los inmigrantes, luego se atrevió con algún discapacitado, pero tampoco se quedó atrás con las mujeres. Cualquier colectivo es válido con tal de seguir en el punto de mira y no asumir las críticas “que hablen, bien o mal pero que hablen” debe pensar, y razón no le falta, pues sus disparates unido a la pésima candidata del bando demócrata fueron quienes le llevaron a ocupar el cargo más deseado del mundo.

Pero estos días el mundo entero buscaba un gesto de este señor, que si muchos sospechábamos que no es más que la cabeza visible de una ideología peligrosa (y oye, no hace falta irse a EEUU para descubrir a pseudofascistas ocultos bajo la careta de la “moderación”) nadie se podía esperar una tibia respuesta ante la vuelta del racismo a las calles americanas. La bandera confederada ondea ya en la Casa Blanca.

Preguntado por su opinión sobre las manifestaciones supremacistas en Charlottesville POTUS respondía así:

Sí, el mismísimo Presidente de Estados Unidos, quien horas antes había lamentado los acontecimientos que estaban sucediendo en Charlottesville, dice de su propia boca que no todos los manifestantes eran neonazis ni supremacistas blancos, y que ambos bandos, neonazis y antifascistas, eran equiparables.

Un grupo de gente que considera que alguien por ser blanco y haber nacido en un Estado del Norte es superior a alguien que no comparte su color de piel o ha nacido en un Estado del Sur. Lo siguiente será pedir la vuelta de la esclavitud.

Ahora compárenlo con un grupo de gente que se planta frente a los supremacistas a gritarles que todos somos iguales, que nadie es más que nadie y que dan asco por decir lo que dicen.

Obviamente se lió parda en el “país más importante del mundo”. Horas tardaron los medios en echársele al cuello, incluyendo por primera vez a Fox News, su canal de referencia, el intereconomía de norteamérica, para quienes su adorado Trump había cruzado una línea roja. Para éstos y para sus consejeros. Y sus asesores. Y el personal de la Casa Blanca…

Horas más tarde Trump comparece para matizar sus palabras e incluir, por fin, una frase clara que cargue contra el racismo “el racismo es el mal”. No ser tajante contra él también.

Ya era tarde. Por aquel entonces todo el planeta había visto lo que se esconde tras ese peinado. Pero esto amigos es lo que han elegido los estadounidenses, cuatro años de Presidencia de la más rancia y anclada en el pasado derecha nacionalista que aún está por ver si logra acabar la legislatura o da paso a unas nuevas eleccines en la que los “yankees” no tengan que elegir entre un lobo con piel de cordero y el máximo exponente de lo deleznable.