Inmersos aún en la vorágine de la crisis sanitaria, donde las cifras de contagiados y fallecidos se vuelven datos macabros que, por desgracia, todos tenemos que seguir observando, ya se empieza a atisbar en el horizonte el enorme problema que viene detrás.
Yerran quienes creen que la solución pasa por desalojar el Gobierno local, autonómico, estatal, expulsar al partido X o a la formación Y. No nos confundamos, esto no es incompatible con exigir responsabilidades y pedir dimisiones. Se pedirán.
Una crisis de fondo
La profunda crisis a la que asiste España, va más allá de una crisis sanitaria, o económica. Es una crisis de valores, de modelos, de las instituciones, en definitiva, del sistema.
No es una crisis de partidos, pues el mejor ejemplo de ello es comparar el impacto y la gestión en las Comunidades Autónomas dirigidas por miembros del mismo partido, sea cual sea. Porque lo que falla es determinado modelo de gestión, no quién la ejecuta (aunque también pueda fallar).
Las diferencias son notables entre los modelos adoptados por la Comunidad de Madrid, Cataluña, Castilla-La Mancha con respecto a los implementados en la Región de Murcia, Euskadi, Asturias. Hoy vemos las consecuencias de las malas decisiones pasadas y presentes.
Las diferencias también están presentes dentro del propio Gobierno, y de la oposición. Distintos enfoques, diferentes soluciones, múltiples puntos de vista. En unos meses veremos las consecuencias pasadas y presentes.
La oportunidad de un reset
Si algo ha puesto sobre la mesa el COVID-19 ha sido la apertura de un periodo para reflexionar, y debemos aprovecharlo para entender que las situaciones cambian, las sociedades también, y sus instituciones deben hacerlo, de igual manera, con la ambición política y el ‘sentido de Estado’ que se espera de unos gestores públicos.
Hay demasiado Churchill. A menudo los ciudadanos, los periodistas, nuestros políticos, se envalentonan queriendo erigirse como figuras históricas. Grave error: pasarás a la historia por tu valentía, por tus actos, por la forma en la que enfoques las situaciones a las que te enfrentes. Eso es lo que te hará relevante, referente.
Salen a la luz cientos de gurús que nos dicen cómo gestionarían ellos una situación de crisis de Estado como la que se avecina, dando recetas aprendidas en los tiempos vividos hace 40 años, aludiendo a los Padres de la Transición, sin entender que el principal problema al que se enfrentan nuestros políticos es, precisamente, no entender que esa España quedó atrás hace mucho tiempo.
No es tiempo de elefantes, ni de dinosaurios. Es la hora de los pequeños mamíferos, los que vivían agazapados al abrigo de los dinosaurios. Tenemos al meteorito sobre nuestras cabezas, estamos metidos en nuestras madrigueras, y para cuando salgamos de ellas, no quedarán grandes depredadores.
La Constitución, la Transición española, nos han guiado con mayor o menor acierto hasta el día de hoy, pero la España de mañana no tendrá nada que ver con la de 1975.
Tenemos que hacer un reset, replantearnos el modelo de país que queremos y reformarlo profundamente. De lo contrario, volveremos a caer, tarde o temprano, en los mismos errores.
Ahora habrá que acometer aceleradamente lo que se retrasó deliberadamente
El debate no es nuevo, llevamos años con gran parte de la sociedad confluyendo en una necesidad: necesitamos una nueva Constitución o, al menos, una profunda reforma de la actual.
Ningún político, de cualquier signo o ideología, ha tenido hasta el día de hoy la audacia, valentía y responsabilidad para enfrentarse a los melones que se abrían, confiando en que se cerrasen por sí mismos. Hoy todos se han abierto de golpe.
Es momento para comprender que el país solo saldrá adelante si se aparcan las ideologías y se abren debates de calado. Hay que repensar el modelo sanitario, el modelo educativo, el modelo territorial, el modelo político, el Institucional.
Es hora de las renuncias, de las cesiones. Es momento para que todos antepongamos nuestra colectividad a nuestros intereses particulares. La hora de los autónomos, de los trabajadores, de los temporales, de las empresas, de los sectores públicos…
La crisis del COVID-19 ha dejado de manifiesto las ventajas y los inconvenientes de una excesiva centralización, y a la vez, de una excesiva descentralización. Quizás deba abrirse el debate de la necesidad de recentralizar partes del sistema, y descentralizar otras.
Si no obligamos como ciudadanos a los dirigentes de todas las formaciones a sentarse a una mesa y no levantarse hasta lograr un consenso, nos quedaremos anclados en el siglo pasado a la vez que veremos al mundo cambiar a una velocidad hasta ahora desconocida. Deben incorporarse a esa mesa los agentes sociales, así como otros miembros destacados y actores de la sociedad.
Lo mismo deben hacer desde la Unión Europea, desde la OTAN, la ONU, la OMS. Si no se acometen las reformas que el mundo ahora necesita, quizás en unos años sea tarde para llevarlas a cabo, porque no quede nadie dispuesto a esperar, o a escuchar.
Es nuestro tiempo, nos toca a nosotros
Ha llegado nuestro momento. La hora de dejarse guiar por los ex-Presidentes ya quedó atrás. Les agradeceremos sus servicios, les escucharemos atentamente como quien no olvida ni menosprecia a sus mayores, que acumulan la experiencia de lo vivido, pero ahora somos nosotros, la sociedad nacida de la transición, la que deba liderar una transición 2.0 que nos reconecte con los nuevos tiempos.
Quien no esté a la altura del temporal será arrastrado por la ola que acecha para dejar sin arena nuestras playas, no será necesario pedirles que se vayan, pues será la propia tormenta la que les barrerá del océano antes siquiera de que miren al cielo para ver si llueve.
Quien lo esté, deberá subirse a la tabla de surf y agarrarse fuerte para seguir a flote, sabiendo que bajo el agua hay miles de tiburones deseando saborear su sangre, siendo conscientes de que otros surfistas intentarán tirarles en choques furtivos, pero también con la ambición de quien, aunque no lo sepa, se convertirá en patrón para los bancos de peces que sortean a los tiburones intentando sobrevivir, y que algún día transformarán esa endeble tabla de surf en su Neptuno. Eso, o naufragaremos como sociedad y nos ahogaremos todos.
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