¿Acertaron las encuestas el 26-J?
Todo el mundo dice que no, que se equivocaron mucho, muchísimo, una barbaridad. Pero el asunto merece que le dediquemos un poco más de tiempo.
Avisamos de lo que podía ocurrir en un artículo de mediados de mayo, cuando todo el mundo parecía estar seguro de lo que iba a pasar. Usamos para ello las estimaciones de Kiko Llaneras, y echamos mano de un paralelismo con la mecánica cuántica. La palabra clave era incertidumbre, y siempre lo será. La incertidumbre no es lo mismo que el error: la incertidumbre es una característica innata del sistema que estamos intentando analizar (el electoral) y tenemos que tenerla en cuenta porque siempre estará ahí.
Por supuesto, nadie en nuestro submundo de los forofos políticos hizo ni caso a este artículo ni, de hecho, a los bonitos gráficos acampanados de Llaneras. Estábamos todos demasiado ocupados creyendo que sabíamos lo que iba a pasar.
Pero ahora ya tenemos los datos reales, así que podemos comparar los resultados que Kiko Llaneras veía como probables a la altura del 16 de junio con los que de verdad se produjeron:
Nos guste o no, queramos creerlo o no, todos los partidos han caído dentro del intervalo de lo posible hace un mes. Unos más que otros, también es verdad.
Gráficos como el de arriba (al que, antes de las elecciones, solo le faltaban las barritas verticales negras) eran inmediatamente olvidados. De hecho, el único que publicaba algo así era Llaneras para El Español, pero los propios titulares de su periódico eran mucho más incisivos que lo que, en el mismo artículo, después decían los gráficos. El mismo Llaneras, como pidiendo disculpas, y en un esfuerzo por no parecer demasiado impreciso, publicaba horquillas que solo incluían el 50% de los casos posibles. Podía haber publicado horquillas mayores, que hubieran sido perfectamente razonables, pero que quizás el gran público no hubiera tolerado.
Así que los periódicos preferían publicar cifras exactas, contundentes. Los lectores preferían leer cifras exactas, contundentes. Los presuntos politólogos preferían analizar cifras exactas, contundentes…
¿Pero era esto lo que decían las encuestas? Las encuestas, tal y como las publican los periódicos, quizás. Pero los valores centrales en una encuesta son solo un caso particular, bastante raro, dentro de las posibilidades que abre esa misma encuesta. No digamos ya si la comparamos con otras. Lo cierto es que todos nos empeñamos en mayo y junio en ver valores centrales y no horquillas, aunque el valor central que nos da una encuesta para un partido, en cuanto al número de diputados por ejemplo, apenas cubre, para los partidos más grandes, un 2% de los resultados finales posibles. Todos sabemos que hay un margen de error, pero luego todos lo ignoramos olímpicamente cuando de interpretar una encuesta se trata. Los titulares de los periódicos acentúan esta tendencia, y además ponen el acento en cambios mínimos respecto a las encuestas anteriores. A nadie le importa que las variaciones entre unas encuestas y las siguientes puedan entrar dentro de los márgenes de error y que sean, por tanto, irrelevantes. Dan para jugosos titulares y solo eso cuenta. Los lectores de los periódicos exigen este tipo de interpretaciones. Lo contundente vende; lo reflexivo, lo realista, no.
La verdad es que los titulares de prensa no ayudan y el clima de opinión que se crea, tampoco. Ambos se refuerzan mutuamente en una espiral imposible de parar. Nos encanta engañarnos a nosotros mismos para adecuar la realidad a nuestros prejuicios ideológicos, y somos nosotros, sí, nosotros, los lectores, quienes demandamos a la prensa de nuestra propia cuerda ideológica que nos engañe con titulares categóricos y conclusiones rotundas.
Para entender el clima de opinión que reinaba antes y durante esta última campaña electoral, y que hizo todo esto posible, nada mejor que ver esta otra encuesta publicada justo antes de las elecciones.
La encuesta ofrece una estimación de escaños (aunque ciertamente no de votos) que, acabaría por lograr un acierto elevado. De lo mejorcito. Pues bien, la reacción que se produjo ante su publicación en Electomanía fue de todo menos tranquila. La petición más común era que se eliminara la entrada a esa encuesta, por tendenciosa, manipuladora y manifiestamente falsa. ¿Cómo es posible que una simple encuesta suscitara tal reacción, en una web como esta, donde se publican todas las encuestas habidas y por haber? Que cada cual juzgue por sí mismo sus propias actitudes. Quizás la unanimidad que reinaba entonces tenga algo que ver: esa unanimidad, la uniformidad, siempre produce intolerancia hacia el diferente. Por eso es tan importante la diversidad de opiniones y puntos de vista, porque introduce un elemento esencial: la duda. Deberíamos tenerlo en cuenta para el futuro.
Otro fenómeno curioso que se produjo en los meses anteriores a las elecciones del 26-J fue la coincidencia entre casi todos los sondeos. Hubo entre ellos una unanimidad realmente sorprendente. La convergencia entre encuestas apareció allá por marzo, se agudizó en abril, y llegó a su extremo en el mes de mayo. Daba igual que los medios que publicaban los sondeos fueran de derechas o izquierdas. Daba igual el tamaño de la muestra o el método a través del que se obtuvieran los datos: el resultado para cada partido era casi siempre el mismo, con variaciones de apenas un punto porcentual, o como mucho dos. Nunca jamás se había producido una sintonía tan grande entre sondeos tan diferentes, y estoy casi seguro de que nunca más volverá a producirse.
¿Qué extraña alucinación colectiva invadió a todas las encuestadoras para hacerlo posible? Creo que la presión social, difusa pero muy real, es enorme e influye. Las encuestadoras cobran por su trabajo, y el temor a que ese trabajo acabe en un hazmerreír público las hace temerosas. Prefieren mimetizarse antes que destacar. Veníamos de unas elecciones recientes, en las que las encuestas se habían equivocado en una determinada dirección, y su recuerdo estaba todavía demasiado reciente. La sociedad etiqueta, descalifica, castiga a quien se desmarca. El miedo a equivocarse de nuevo en el mismo sentido que la vez anterior, hizo que el tratamiento de los datos se volviera tímido, y que todos tendieran a publicar sus encuestas mirando de reojo los datos que iban publicando los demás para no desentonar demasiado. En este caso, además, el grupo social más movilizado estaba muy sensibilizado con los resultados del 20-D. Había una legión de activistas en Twitter, en Facebook, en los foros, muy combativa y visible, claramente mayoritaria en todas esas redes, que estaba dispuesta a acusar de manipulación a cualquier encuesta que no ofreciera los resultados correctos. No creo que las encuestadoras hayan cedido a esa presión de forma consciente y deliberada. Pero sí creo que el ambiente de euforia que se suscitó en la izquierda entre marzo y mayo, hizo errar el tiro a las encuestadoras a la hora de ponderar los datos. En concreto, quizás no se descontó en su justa medida la mayor motivación de quienes, estando mucho más movilizados que el resto (y siendo por tanto más visibles), hablaban más y se manifestaban más dispuestos a votar, pero no por ello iban a ser más numerosos a la hora de contar papeletas. Y tampoco se tuvo en cuenta adecuadamente el silencio de quienes, desde el otro lado, estaban cada día que pasaba más cansados de esa presión social y, por tanto, callaban su voto y esperaban su momento, que llegaría el 26-J.
Ese fue un error de las encuestadoras, a la vista de los resultados, porque solo los pocos se atrevieron a desentonar en la dirección correcta, como Juan José Domínguez o Infortécnica, y lograron así que sus previsiones se acercaran suficientemente a lo que finalmente depararon las urnas.
Pero incluso teniendo en cuenta la curiosa unanimidad de las encuestas (la deriva de Metroscopia, en esos meses, es un ejemplo perfecto de cesión, consciente o inconsciente, ante la presión), si nos fijamos en las horquillas de arriba que Llaneras publicó antes del 26-J, el resultado obtenido por PSOE y Ciudadanos entra dentro del 50% más probable, e incluso tanto el del PP como el de Unidos Podemos, caben dentro del 80%. Es decir, ni uno solo de los cuatro grandes obtuvo un resultado que se escorara hacia el 20% más improbable. Las encuestas se equivocaron, sí, pero ni aún en medio de un clima tan intoxicado y polarizado, resultaron tan desastrosas como algunos pretenden.
Para rematar los errores, las llamadas israelitas, las del mismo día de las elecciones, no acertaron más que las encuestas publicadas el último día legalmente admisible, el 20 de junio. Así que no podemos despachar el por qué de la infravaloración del PP y la sobrevaloración de Podemos echándole la culpa al Brexit o a cualquier otra cosa que ocurriera en los últimos cinco días de campaña. El asunto fue demasiado general y venía de atrás. Las encuestadoras fallaron más de la cuenta quizás por falta de valentía a la hora de creerse sus propios datos tal y como salían tras una buena cocina técnicamente consistente, independientemente de que les parecieran más o menos o creíbles o fueran más o menos diferentes a los de la empresa de al lado.
Todo esto nos debe llevar a reflexionar un poco más y a ser un poco más prudentes en el futuro. Prudentes en los juicios y valientes en los datos, que son los que son, le gusten o no a quienes los vayan que leer.
Uno tras otro, al final de los Electopromedios de encuestas que hemos publicado en estos meses, incluíamos la siguiente mención, a la que, por supuesto, nadie hacía caso:
NOTA: Stephen Hawking y Kiko Llaneras les recuerdan que las encuestas son como la física cuántica: vienen llenas de incertidumbres, y aunque estén correctamente realizadas, los datos que proporcionan son solo, en el mejor de los casos, la alternativa más probable entre muchas otras. Nunca proporcionan certezas, pero los indicios que nos ofrecen son valiosos.
Tras el 26-J hemos visto las consecuencias. No digan que no avisamos.
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