Antes de que comenzara la pandemia, a finales de febrero, el índice Dow Jones de Nueva York estaba en los 29.300 puntos. Ahora se encuentra en 28.600. Es decir, las compañías norteamericanas cotizadas “valen” prácticamente lo mismo que antes de que todo se derrumbara. Pero es que además, el índice Nasdaq, el de las tecnólogicas, que a finales de febrero marcaba 9.700, ahora está en 12.000, marcando una subida espectacular. Empresas como Google, Amazon, Apple… se han reforzado, y mucho, con las crisis. Valen más. Pueden más. Tienen más liquidez disponible y más poder de compra.
¿Y qué pasa en España? Las grandes empresas españolas cotizadas son cada vez menos grandes, comparadas con las extranjeras. La tendencia a “evolucionar peor” viene de años atrás, pero es que en estos seis meses el IBEX35 ha bajado de 10.000 puntos a 7.100. Son frecuentes las compañías que han perdido durante la pandemia un 30% de su valor. España, que llegó a tener bastantes más empresas “colocadas” en el índice Euro Stoxx, corre el riesgo de que varias de ellas sean expulsadas por su baja capitalización.
En Europa, el índice alemán, el DAX30, está prácticamente a la misma altura de febrero (13.000 frente a 13.500), y el Euro Stoxx50 ha pasado de 3.800 a 3.300 en el mismo período. Perder un 13% de capitalización es algo bastante malo, pero desde luego no es un drama inasumible.
Eso tiene un efecto inmediato: en los últimos seis meses Telefónica, otrora una de las telecos más grandes del mundo, ha perdido un 36% de su valor, el BBVA otro tanto, el Santander un 41%, el Sabadell un 54% o IAG un 56%.
Todas esas compañías, y muchas otras, se están volviendo inusitadamente “baratas” para el inversor extranjero, que puede estar tomando discretamente posiciones en el mercado. El gobierno aprobó en su momento medidas para evitar la pérdida de empresas pertenecientes a sectores estratégicos, que incluso permiten acudir al rescate de las empresas mediante la toma directa de capital, pero ese mecanismo supone un coste importante que quizás las arcas públicas no estén en condiciones de asumir, cuando hay otras prioridades a las que atender, y cuando estamos a la espera de que se determinen las condiciones en que podremos disponer de los fondos europeos.
De momento las operaciones están en punto muerto a la espera de la evolución de los acontecimientos, pero no se puede descartar que en cualquier momento se desaten las hostilidades y llegue una “oleada de OPAS”. Entonces los mercados actuarán con una lógica implacable, y quizás tengamos que acostumbrarnos a que “empresas de toda la vida” cambien de manos y de nombre. Puede que incluso, también, de nacionalidad.
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