La campaña escolar comienza dentro de pocas semanas, pero nadie sabe exactamente cómo podrá articularse el regreso a las aulas, si es que puede hacerse de alguna forma.
Los rebrotes han ido extendiéndose en las últimas tres semanas, comenzando por el noreste peninsular y luego extendiéndose lentamente a otras áreas, dejando sembrado de incertidumbre todo el futuro inmediato.
En el punto de mira están los jóvenes, señalados ahora como principales responsables de la expansión veraniega del virus. Ha sido ahora, en un entorno más favorable, cuando el virus ha encontrado en la sociabilidad juvenil su mejor aliado para no acabar de irse y, por el contrario, volver a la carga.

Se afirma en medios especializados que la confluencia de varios factores explica la proliferación de la enfermedad en pleno verano: la multiplicación de los contactos sociales, la relajación después de la tensión vivida entre marzo y mayo, y el numeroso porcentaje de asintomáticos, ha hecho que el virus haya circulado en numerosos puntos, extendiéndose hasta perdérsele la pista. En cuanto a la Administración, se señala por algunos la estrategia divergente de las diferentes comunidades autónomas, así como la falta de recursos y rastreadores en varias de ellas como elementos que han contribuido a que la segunda ola no esté ni mucho menos controlada.
El miedo, a mediados de agosto, no es tanto el presente como el futuro. Con la letalidad afortunadamente muy baja, y la situación hospitalaria de momento lejos de desbordarse, el auténtico temor es que las cosas se pongan realmente feas a partir de septiembre.
Por eso hoy el ministro Illa ha convocado de urgencia a las comunidades autónomas, en un intento de retomar una tarea de coordinación que frene la expansión del virus. Y por eso ayer Fernando Simón dejó entrever que la vuelta a las aulas será complicada hasta el punto de que podría llegar a suspenderse: en muchos lugares será imposible mantener la distancia de seguridad así como la separación entre los distintos grupos de niños. No hay profesores suficientes, ni franjas horarias adecuadas para garantizar la separación, ni aulas suficientemente amplias…
Las restricciones podrían extenderse también a la enseñanza secundaria e incluso a la universitaria, y eso requiere una actuación coordinada con las comunidades autónomas, para que fuera efectiva. No se olvida ahora que los cierres de aulas de marzo, previamente anunciados, fueron quizás una fuente de contagio al favorecer, en lugar de limitar, la expansión de la enfermedad.
Si continuamos con una cifra de nuevos diagnosticados diarios de varios millares, los escolares serán una fuente segura de expansión para el virus, que de rebote afectaría de nuevo a personas de más edad, con más riesgo. En esas condiciones, llegado el otoño, y mezclado además con otras patologías propias del mal tiempo que harán más difícil aún la detección, la letalidad del virus podría volver a aumentar, y eso es lo que se quiere evitar ahora a toda costa con la reunión entre Illa y los consejeros de las autonomías que se celebra hoy con la etiqueta de “urgente”. Se estudian medidas adicionales sobre el tabaco, el ocio nocturno, las residencias, las reuniones familiares y otros ámbitos.
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