Solo faltan cinco días para la sesión de investidura que marcará el futuro político de España para los próximos cuatros años, y van quedando pocos lugares donde esconderse o esperar: el próximo lunes, las cartas de cada cual quedarán, por fin, a la vista de todos.
El hilo básico de las negociaciones desarrolladas durante el último mes (un posible acuerdo entre el PSOE y Podemos) se ha roto, o eso se dice desde el bando socialista. No obstante, han pasado ya tantas cosas y ha habido tantas idas y venidas, movimientos estratégicos e intentos de presión sotto voce, que nadie descarta (más bien todo lo contrario), que repentinamente, y en alguna maratoniana sesión a celebrar durante el próximo fin de semana, se alcance finalmente un acuerdo in extremis entre Sánchez e Iglesias.
Al PSOE, digan lo que digan las encuestas, no le conviene arriesgarse a que el viento cambie de pronto y se encuentre inopinadamente, en noviembre, frente a unas urnas que le deparen un bajón o una pérdida de capacidad de maniobra. Y a Podemos le conviene menos aún, por lo que dicen las encuestas y porque la sombra de Errejón acecha, poner en riesgo el ya reducido volumen de su grupo parlamentario.
Los socialistas, sin embargo, disponen de más cartas para sacar de la manga. Si finalmente la apuesta por Podemos se revela imposible (lo cual tranquilizaría mucho a varios barones territoriales), puede intentar aún, en julio o incluso en septiembre, forzar la abstención de las filas naranjas o azules.
Los naranjas están atemorizados, cayendo en barrena en las encuestas y asumiendo que varios meses adicionales de desgaste podrían llevarlos a unas elecciones en noviembre en las que no se puede descartar que cayeran por debajo de su mínimo histórico de 32 diputados. Esa endeblez, ese miedo a dejar pasar oportunidades que quizás no se repitan (el mismo que les lleva a dudar constantemente respecto a su cordón sanitario frente a Vox) podría servir a Sánchez para arrancar finalmente a Rivera una abstención que dejaría abiertas las puertas para un gobierno monocolor socialista. Conseguido este, luego, con calma, el presidente buscaría apoyos puntuales para sacar adelante cada una de las leyes, cada uno de los proyectos de la legislatura y cada uno de los presupuestos anuales. Eso le preocupa bastante menos que lograr la investidura.
Incluso no puede descartarse que Sánchez apunte aún más lejos: a la abstención de Casado. Si bien la estrategia actual de los populares está funcionándoles muy bien (dejar que otros sean los señalados como culpables de la parálisis, callar, y presentarse así como la única alternativa consistente a largo plazo), no es imposible que en el último momento puedan llegar a facilitar un gobierno socialista con la única intención de poner en valor el bipartidismo clásico y dejar como únicos culpables del bloqueo de estos meses a la nueva política y los nuevos partidos.
Visto el panorama en su conjunto, aunque la posibilidad de que acabemos en unas nuevas elecciones es muy real, sigue pareciendo más probable que Sánchez alcance la investidura en julio o en septiembre de una u otra forma. Quizás sea esa la carta que el presidente en funciones ha jugado y seguirá jugando hasta el final, guiado por sus asesores: tensar prolongadamente a los otros partidos, en la confianza de que, de una forma u otra, los miedos o los intereses de alguno de ellos le acaben llevando a ceder, y le pongan a él en bandeja una presidencia con pocas o ninguna hipoteca.
En pocos días sabremos si lo ha conseguido.
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