Ayer por la tarde (madrugada de hoy en España) se ha producido el esperado discurso de Donald Trump, en el que ha anunciado su posición frente a las manifestaciones contra el racismo iniciadas en Minneapolis hace una semana y ahora extendidas a todo el país con algunos altercados violentos.
El presidente se ha dirigido a la nación con un mensaje claro: los ciudadanos, o están del lado de la ley y el orden, o lo estarán del de los violentos. Y contra los violentos no tendrá contemplaciones. Trump ha asegurado que “tenemos un gran país, el más grande del mundo, y garantizamos su seguridad”. Para ello utilizará, si es necesario, “miles de soldados con todas las armas precisas”, hasta que cesen las revueltas, lo que colocaría al país, de facto y quizás de iure, al borde de la ley marcial.
Junto a la Casa Blanca se desarrollaba, mientras tanto, una manifestación pacífica, que ha sido dispersada por la policía. La manifestación se celebraba justo en el camino que, por sorpresa, recorrió después a pie el presidente, y que le llevó hasta la icónica iglesia de St. John’s, la llamada “Iglesia de los presidentes”, que sufrió algunos daños el domingo en el curso de una manifestación violenta.
Una vez allí, con la Biblia en la mano, Trump ha reafirmado una vez más sus intenciones tajantes frente a una protestas que amenazan con convertirse en un problema de orden público de primera magnitud. Son ya, de hecho, un problema político para un presidente que afrontará, en apenas dos meses, la convención de su partido que le designará candidato a la reelección para las elecciones de primeros de noviembre.
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