La pandemia del COVID-19 comenzó en Asia, en el invierno, siguió por Europa en primavera, se está cebando con América llegado el verano, y sigue saltando de zona en zona, con el peligro adicional de volver a los lugares de los que parecía que se había ido.

Australia, a pesar de su relativa cercanía con el foco inicial y sus múltiples relaciones comerciales y humanas con los países del extremo oriental de Asia, había quedado hasta ahora relativamente al margen de la pandemia, pero las cosas parecen estar cambiando.
Con unos 200 casos nuevos detectados, las autoridades han decidido cortar por lo sano y confinar a partir del miércoles la ciudad de Melbourne y su área cercana, así como la localidad de Mitchell, algo más alejada pero en la zona de influencia de la gran ciudad australiana.

La medida afectará a casi cinco millones de personas, y supone también el cierre de la frontera interior entre Victoria y Nueva Gales del Sur, dos de los estados más poblados del sureste del país.
Además, los residentes en una decena de edificios de la capital de Victoria permanecen sometidos a un confinamiento estricto, al resultar focos directos de la enfermedad. Se trata de varios miles de personas cuya movilidad es nula más allá de su residencia.
Con esta medida, y gracias a su larga duración, las autoridades esperan que el foco desaparezca y puedan reabrirse las fronteras interiores… para cuando en Australia casi esté llegando ya a la primavera.
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