2×1: La Gran Confluencia será un fracaso

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Hoy, en abril de 2016, Podemos y sus confluencias están en un 18-19% de votos (dos puntos arriba, dos puntos abajo). Izquierda Unida debe andar por un 6-7%, con parecido margen.

Eso significa, para algunos, que una confluencia entre ambos conseguiría fácilmente el 25% de los votos. Si no nos creemos las encuestas, porque entendemos que, igual que ocurrió en el 20-D, están infravalorando a Podemos, la unión con Izquierda Unida estaría realmente alrededor del 30% de los votos.

Ante el anuncio de una posible unión con Izquierda Unida, algunos seguidores de Podemos se muestran eufóricos. La confluencia entre ambos es una gran noticia, dicen, porque serían el segundo, quizás el primer partido de España. Prepárese, Mariano, porque en junio le desbancan…

Conviene enfriar un poco la fiebre de optimismo que invade a algunos, aportando datos de la realidad. El panorama político es como un ecosistema, donde distintas especies (partidos) compiten entre sí por acaparar cuanto más espacio mejor, asegurando la supervivencia, primero, y la expansión, después, para los individuos que forman parte de cada especie.

Un esquema simplificado del ecosistema político consiste en dividirlo en 11 “nichos”.  El nicho “0”, sería el extremo de la izquierda, y el “10″, el de la derecha.  En algunos nichos prácticamente solo un partido cosecha votos (por ejemplo, el PP en el “8”), pero en otros,  varios partidos se solapan en dura competencia (por ejemplo, PSOE y Ciudadanos en el “5”, o PP y Ciudadanos en el “6”). Cada partido intenta acceder a varios nichos,  soportando la menor competencia posible en cada uno de ellos.

En esas condiciones, Podemos supuso una apuesta transversal: el partido, en principio, podía llegar a todos los nichos electorales. Aunque muchos votantes de Podemos se identifican ahora claramente con la izquierda, el partido se esfuerza aún por presentarse como algo más. Es el partido del cambio, el partido de los de abajo, el partido que lucha contra la casta política… La estrategia de Podemos es inteligente, y aunque a menudo no le ha dado muchos frutos, constituye una imagen de marca poderosa. En el asunto del nacionalismo ocurre lo mismo: se presenta como un partido español, dice que quiere que España siga siendo la que es, pero al mismo tiempo defiende el derecho a los referéndums de autodeterminación, intentando así ocupar nichos reservados tradicionalmente al electorado nacionalista. Transversalidad en estado puro, también.

Izquierda Unida es algo totalmente distinto. Es un viejo partido de clase, con sus tradiciones izquierdista e internacionalista. Sus resultados electorales siempre han sido modestos, y por eso a veces ha amagado con la transversalidad, vistiéndose con ropajes ecologistas o nacionalistas, para intentar adaptarse a los vaivenes de los movimientos sociales. Pero eso no evita que su etiquetamiento sea el de siempre: es izquierda, pura izquierda, sin matices. Esa es su esencia. En los últimos meses ha encontrado, además, un nuevo activo: un líder atractivo, Garzón, que no se ha quemado tanto como otros en el proceso negociador del nuevo gobierno, y que parece coherente y honrado. Los electores están premiado todo esto, haciendo que sus expectativas electorales suban claramente.

Si hubiera elecciones ahora e Izquierda Unida se presentara por su cuenta, estaría en condiciones de conseguir diputados en varias provincias. Muchos aventuran ya que podría superar los  10 diputados. A partir de ahí, solo un dos por ciento de votos adicional le llevaría hasta la veintena de escaños.

Y precisamente ahora es cuando se plantea su incorporación a las confluencias de Podemos. Un Podemos que es claramente tercera fuerza, si no cuarta, pretende agarrarse a la estrella en alza de Garzón para, abrazándola, recuperar terreno. La jugada, sin duda, tiene toda la lógica del mundo para Pablo Iglesias, que dispone de argumentos aparentemente sólidos para convencer.

Juntos, Podemos e Izquierda Unida podrían aspirar a conseguir escaños en todas las provincias salvo Ceuta y Melilla, cosa que jamás estaría a su alcance de ir por separado. Juntos, la norma D’Hont se pondría de su parte, y podrían superar al PSOE e incluso al PP.

Pero este análisis es demasiado simplista porque ignora un hecho básico. Recordemos que en política de lo que se trata es de alcanzar primero y copar después los distintos nichos de votos. Eso significa que en política dos y dos nunca son cuatro, sino que suman bastante menos. ¿Por qué?

Porque en aquellos nichos en que ambos partidos compiten por el electorado, la unión no va a aportarles ni un solo voto más y sí, en cambio, puede restarle algunos. En los nichos “0” al “3” ambos partidos ocupan sus posiciones más fuertes. Podemos es relativamente más pesado que Izquierda Unida en todos ellos, pero la presencia de los de Garzón es significativa. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es que, siendo notablemente más fuerte, Podemos no ha conseguido laminar totalmente a Izquierda Unida en ninguno de los puntos del tablero? ¿Por qué Podemos no ha logrado hacer con IU lo que Ciudadanos sí consiguió con UPyD?

Porque Izquierda Unida aporta un valor añadido al que no ha conseguido acceder Podemos: el valor de un partido con trayectoria y con coherencia histórica (para los que lo votan), reforzado ahora con una personalidad joven y bien vista.

El votante de Izquierda Unida, a estas alturas, lo es por convicción. Si no vota a Podemos es porque no quiere, porque no le convence. Es, incluso, a veces, porque le repugnan sus formas o sus actitudes.

Por tanto, la unión entre ambas fuerzas puede provocar la deserción de un parte significativa de los votantes de Izquierda Unida. Si éstos son un 20%, un 30% o un 40% de los votos de la coalición, es algo que está por ver. Pero que hay potenciales votantes de Izquierda Unida que acabarán en la abstención o incluso en el PSOE tras la confluencia, es algo que solo desde la inocencia política se puede negar.

Por otro lado, hay un tipo de votante de Podemos que no estará tampoco muy contento con esta confluencia. Es el votante que podríamos llamar “transversal”. Esa faceta de Podemos fue muy importante en sus inicios y aún hoy conserva tirón. Es un votante harto de corrupción, de desempleo, de tener que emigrar, de sentirse manipulado o machacado. No es especialmente izquierdista ni está politizado. Quiere romper con lo que, acertadamente, llamó Pablo Iglesias en su momento “la casta”. Para ese elector, Izquierda Unida es parte de esa vieja casta. Para ese elector Podemos pierde encanto, frescura, al maridarse con ella. No podemos saber tampoco cuántos de los votantes de Podemos se perderían si se llega a la confluencia, si son el 5%, el 10% o el 15% del total. Pero son.

Por último, la capacidad de conseguir votos provenientes de fuera de la confluencia me parece despreciable. No es probable que nadie que no quisiera votar ni a Podemos ni a Izquierda Unida antes de confluir, vaya a hacerlo precisamente porque les convenzan juntos. Más bien al contrario.

En 1993, el Partido Socialista Vasco absorbió a un pequeño pero significativo partido nacionalista llamado Euskadiko Ezkerra. Ambos partidos tenían su electorado y su trayectoria. Ambos disponían de sus nichos electorales, en parte coincidentes y en parte diferenciados. Al unirse, pretendían aunar lo mejor de ambas partes para dar consistencia a un proyecto global. Lo que consiguieron fue que, un año después, nadie se acordara de Euskadiko Ezkerra: su capital se diluyó, como un azucarillo, en el seno del PSE. Sus votos se los llevó el viento y nunca más se supo de ellos. Al menos el PSE nunca llegó a verlos.

 

El objetivo de los artículos “2×1” es suscitar el debate: enlace al artículo opuesto

 

@josesalver

 

 

 

 

 

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