Más robaron ellos

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La mayoría de los jóvenes españoles no se explican cómo un partido que está plagado de casos de corrupción (el Partido Popular) conserva más del 30% de los votos, y cómo otro que no ha dejado de lado casos parecidos (el PSOE) retiene más del 20 %.  Se extrañan de que más de la mitad de la población siga votando a los mismos cuando es “evidente” que no lo merecen.

La explicación es que aquello que vivimos durante la adolescencia y la  juventud nos marca para toda la vida. Con el paso del tiempo, a ellos también acabará por pasarles lo mismo. Votarán con sus recuerdos, tanto como con sus vivencias presentes.

Sitúemonos: En 1975 moría el dictador. Luego continuamos con unos pocos años turbulentos, que no cuentan para lo que nos interesa aquí. Lo que interesa es que, con la victoria socialista de 1982, alcanzamos la estabilidad política. Desde entonces y hasta 1996 gobernó de manera hegemónica el PSOE. En esos catorce años reside la clave de lo que nos pasa ahora.

La sociedad vio cómo, a partir de 1986 sobre todo, afloraron casos de corrupción en el partido socialista: primero a cuentagotas, luego a borbotones. Y la sociedad entera tomó partido. Los contrarios al gobierno comenzaron a echar pestes contra la corrupción socialista, contra su barbarie izquierdista, causante de todos los males, incluidos, a veces, la democracia y el libertinaje (en el lenguaje quedaban resabios de ya sabe usted qué). Por su parte, la mayoría de los votantes socialistas estaban perplejos, pero no en retirada. Hay que tener en cuenta que esos años fueron los primeros en que “los suyos” tocaron poder tras cincuenta años sumidos en el ostracismo. Así que, a pesar de toda la corrupción del mundo, las gentes de izquierdas, en general, no se dejaron amilanar y siguieron votando al primer gobierno de izquierda que teníamos tras muchas décadas. Las elecciones de 1989 y 1993 estuvieron presididas por esta confrontación, y definen lo que hoy votan (y seguirán votando) los españoles de más de 50 años. En aquella época, o estabas contra el gobierno, corrupto e izquierdista (la clave está en la permanente asociación entre ambos conceptos) o te callabas, pero acababas volviéndolo a votar, con el único fin de que no regresara la derecha.

Quien no vivió aquellos años debe hacer un esfuerzo mental para tener una idea del ambiente que reinaba. Si se vivía en un entorno de derechas, los comentarios giraban siempre sobre temas como “el libertinaje”, “la guerra civil”, “ETA”, etc, etc. En esos sectores sociales imperaba la sensación de que “estos” nos llevarían “otra vez” al desastre, al pasado, a la división y a calamidades múltiples. “Estos” eran los socialistas. Los socialistas eran la izquierda. No había más. Muchas personas de derechas acabaron incluso por indignarse cada vez que aparecía por televisión la imagen del rey, al que consideraban culpable en cierto modo de la situación, porque “no hacía nada” contra los intolerables desmanes de los socialistas.

Por su parte, la izquierda no estaba dispuesta a ceder tan pronto.  Le había costado demasiado tiempo y sufrimientos recuperar el poder, y no iban a regalarlo alegremente sin luchar. La derecha era un partido-doberman, hijo de quien ellos sabían, y había que pararla, porque aplicaría, de volver al poder, las mismas políticas del padre, por quien todo fue hecho. Puede que algunos socialistas fueran unos corruptos, sí, pero peores eran “los otros”, los hijos de los fascistas. Infinitamente peores.

Así que en aquellos años, sobre todo entre 1989 y 1993, se fraguó todo. La derecha acudía a las elecciones convencida de que estaba cargada de razones, de que “debía ganar” por simple decencia frente a un gobierno corrupto. La izquierda callaba, soportaba el chaparrón que se le venía encima todos los días, pero, finalmente, cuando tocaba votar, volvía a apoyar una y otra vez a “los suyos”. Por eso el PSOE ganó, contra la lógica, las elecciones de 1989, contaminadas ya por la corrupción. Y ganó de nuevo, de una forma aún más increíble, las de 1993.

Cuando algunos seguidores de Podemos, hoy, se desesperan porque el Partido Popular no ha perdido las elecciones de los últimos dos años, hay que recordarles que el PSOE aguantó ocho en un ambiente similar hasta que acabó siendo derrotado. A las ideas les cuesta morir, como diría el maestro Asimov: los prejuicios se desmontan poco a poco, y quien pretende imponer un nuevo paradigma tiene que aportar mucha más capacidad de convicción (y paciencia) que quien sostiene el antiguo.

Volvamos a 1993. La derecha, incrédula ante las sucesivas derrotas que consideraba inmerecidas, rumió en silencio su resentimiento y su indignación. Finalmente, en la convocatoria de 1996, celebrada en medio de una gran cantidad de noticias sobre corrupción socialista, el PP ganó las elecciones. Todos creían que vencería por una gran mayoría, pero la verdad es que lo hizo por los pelos. Muchos votantes socialistas, agazapados y avergonzados, acudieron todavía a votar para apoyar a los suyos.

Entonces llegaron los largos años de gobierno de Aznar, para unos fructíferos, para otros ominosos. La fractura entre ambos grupos sociales se consolidó y avivó. Las derechas aplaudían los logros económicos, mientras las izquierdas vituperaban a un gobierno al que consideraban belicista e inhumano.

Pasaron los ocho años de Aznar, y los atentados terroristas de 2004 marcaron la transición desde el enemigo etarra hasta el enemigo islamista, algo que el país tuvo que digerir en tan solo tres días, entre el 11 y el 14 de marzo. Demasiada digestión para tan poco tiempo.

El PSOE ganó aquellas famosas elecciones del 14 de marzo de 2004 gracias a la reacción emocional de la sociedad ante los atentados, y a la torpe actuación del gobierno, que permitió que las izquierdas se movilizaran más que las derechas.

Por último, entre 2004 y 2011 el presidente Zapatero fue el culpable, para la derecha, de todos los males del país, tras la llegada de la brutal crisis de 2007-2013. Mientras tanto la izquierda volvió a pasar de la adhesión al gobierno de los primeros años, a la perplejidad de los últimos. Pero, aunque flaquease, ni por un momento dejó de apoyar a los suyos.

Los cambios de gobierno obedecían a los votantes intermedios, vacilantes, no al núcleo central de votantes firmemente adscritos a uno y otro bando.

En ese caldo de cultivo nacería el 15-M y luego Podemos. Pero esa otra historia, que explicará a otra generación que todavía es muy minoritaria en las urnas. Una historia que alguien contará allá por 2050, y que explicará los “errores” que los jóvenes de ahora cometerán a la hora de votar cuando sean viejos.

Pero volvamos a nuestros mayores de hoy en día, con las personas que tienen ahora 50,  60, 70 u 80 años, y que son aún la mayoría del censo. ¿Por qué votan como votan?

Porque no conciben ni pueden concebir otra cosa. Porque las personas somos hijas de nuestras experiencias, sobre todo de las que marcan nuestra juventud. Durante al menos 25 años, la división derecha-izquierda, identificada por toda una generación con la confrontación PP-PSOE, lo ha invadido todo.

El elector derechista de cierta edad quedó marcado por los años de corrupción del PSOE. Los corruptos por naturaleza son ellos, los socialistas, los “otros”. No importa lo que haga ahora el PP: más robaron “ellos”.  Pedir al elector conservador de cierta edad que utilice su voto como un castigo contra los corruptos del siglo XXI es quizás pedirle demasiado. Necesitará años para procesar semejante decisión, porque en su impronta política quedó grabada para siempre la idea de que cualquier cosa es mejor que facilitar que gobierne la izquierda. De esta forma, ante cualquier amenaza real o imaginaria, este votante acude al valor-refugio, igual que los inversores acuden al oro o al dólar: acude al Partido Popular. Lo ha hecho y lo seguirá haciendo, salvo que deje de sentirse amenazado por las izquierdas.

¿Y por qué los votantes mayores de izquierdas siguen adheridos a un partido como el PSOE, que vive en medio de una incoherencia permanente?

Porque por fin se ha demostrado que los otros, los de derechas, son peores. La corrupción derechista del siglo XXI les hace sentirse cómodos frente a su propio pasado.  Cada nuevo escándalo de corrupción del PP despierta en ellos un oculto pero perceptible orgullo, y reafirma su voto socialista. ¿Veis cómo no éramos tan malos? – se dicen- ¿Veis cómo los del PP son peores?

Estos votantes socialistas han visto pasar a muchos secretarios generales. En el fondo, a la hora de votar en unas elecciones generales, les daría igual Sánchez que Díaz, aunque Sánchez puede suponer un revulsivo, porque les permite seguir viéndose a sí mismos como personas de izquierdas. Pero lo cierto es que los secretarios generales pasan, los socialistas permanecen. De eso se trata: esos votantes se ven a sí mismos y a su partido como el único oponente legítimo frente a la derecha. Aprendieron a sentirse así en los años duros, en 1989, en 1993, en 1996, cuando tenían todo en contra pero aún gobernaban. Ahora no van a abandondar simplemente porque el PSOE se equivoque de vez en cuando. Al contrario: si alguna vez se abstuvieron o votaron a otros, volverán al redil encantados en cuanto el partido les dé la más mínima satisfacción. Al tiempo. Puede estar pasando ahora mismo, de nuevo.

En 2016 este esquema pudo saltar por los aires. A punto estuvo. Pero no sucedió: los nuevos partidos tenían una oportunidad, porque la sociedad estaba dispuesta a dar el salto, pero no lo consiguieron por sus propios errores. Podemos no supo evaluar suficientemente este trasfondo que explica el comportamiento del elector medio de izquierdas. Su discurso se pasó de osadía, sonó displicente, poco respetuoso con los esfuerzos de sus mayores. Lo ha pagado caro en las urnas. Los de Iglesias se han quedado un escalón atrás, precisamente el escalón decisivo.  Por su parte, Ciudadanos no emociona, no hace saltar chispas, y eso es justamente lo que no se puede permitir quien aspira a sustituir a otros. Porque un partido antiguo tiene de su parte la legitimidad, la posición ganada, y solo se le puede arrebatar con una energía y un desparpajo que los de Rivera no han tenido.

Los unos se pasaron de ambiciosos y los otros se quedaron cortos, así que ni unos ni otros consiguieron conquistar el corazón de los mayores, que son la mayoría del electorado. El asalto a los cielos perdió su momento y ahora el escenario político es otro. Ni el PP se va a derrumbar ya, pase lo que pase, ni el PSOE, mande en él quien mande, va a caer sistemáticamente por debajo de Podemos.

Como mucho tendremos un sistema imperfecto de cuatro grandes partidos desiguales. Como poco, un sistema dos partidos grandes (PP y PSOE) y dos partidos medianos. Los más de veinte millones de personas que siguen aquí y que ya podían votar alrededor de 1989,  lo garantizan.

 

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