¿Quién fiscaliza al fiscal?

Estamos viviendo uno de los peores momentos de nuestras vidas, y los meses que nos quedan por delante van a ser igualmente duros.

Y en plena crisis de salud pública, con todos confinados en nuestros hogares, la ‘tregua’ de unos días que todos, como sociedad, nos habíamos impuesto, está saltando por los aires.

Es fácil asumir que un ciudadano confinado, con su ideología y sus prejuicios previos, tarde o temprano estallará contra alguien cuando la situación le supere o tenga casos cercanos. Al fin y al cabo, somos humanos, y esta situación nos afecta emocionalmente.

Lo que cuesta más asumir es que un profesional de la comunicación, o periodista, se escude en la libertad de información o en una manida frase como ‘alguien tiene que fiscalizar a la Administración’ para convertir los datos en consignas, las palabras en balas, y los textos en propaganda.

La diferencia entre ‘fiscalizar’ y adoctrinar

Que estemos ante una situación excepcional no implica, por descontado, que haya que dejar de monitorizar y exigir transparencia a las autoridades. El ‘cuarto poder’ es uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia consolidada, y su papel es clave para garantizar la información y poner sobre la mesa incumplimientos de las obligaciones de las administraciones y las vulneraciones de los derechos de los ciudadanos.

Ni la Administración puede aprovechar una situación atípica para intentar apartar la auditoría, ni los medios deben aprovechar una situación atípica para atacar a la Administración cuando no se puede (o debe) defender.

Seguro que todos habéis visto estos días decenas de ejemplos de periodistas que, abanderando el derecho a la información, utilizan sus redes sociales y los espacios en sus medios para intentar influir en la opinión pública. Unos lo hacen en un sentido, y otros lo hacen en el contrario. Pero lo hacen.

Por qué destruir pudiendo construir

Quien escribe estas líneas es plenamente consciente de la dificultad de alejar ideología y sentimientos políticos de información u opinión balanceada. Pero una cosa es mostrar una opinión, fundamentada y basada en hechos o datos, y otra muy distinta ensuciar el debate público con consignas más propias de formaciones políticas.

De nada sirve en estos momentos llamar ‘imprudente’ a Sánchez o tachar de ‘oportunista’ a Ayuso. Caldear las llamas rociando tu puerta con gasolina cuando luchas contra el incendio que asola tu hogar.

Esta mañana, varios periodistas emitían una queja pública sobre la ‘conveniencia’ de la selección de preguntas realizadas por el Secretario de Estado de las Comunicaciones, Miguel Ángel Oliver, de entre las reportadas en el chat que ha habilitado Moncloa para las ruedas de prensa.

Preocupa saber que decenas de profesionales de los medios sospechan que se pregunta lo que se quiere o, dicho de otro modo, no se pregunta lo que no se quiere.

Esta misma mañana, quien escribe, escuchó a un periodista en una tertulia de TV proponer que sea un miembro de la Asociación de la Prensa quien elija las preguntas, alguien independiente que garantice que la selección se hace con criterios objetivos. Así se evitarían las dudas y las críticas.

¿Y qué han hecho, hasta ahora, los periodistas del famoso chat? Nada. En su mano está que la situación cambie, si así lo estiman oportuno. Es tan fácil como ponerse de acuerdo y en lugar de una pregunta por medio, enviar el mismo mensaje: “no enviaremos preguntas hasta que se nos garantice que la selección la realiza un profesional independiente”.

Difícil decisión: llevar a tu medio las preguntas elegidas (supuestamente) de forma politizada o plantar cara y defender el derecho a la libre información, aunque eso suponga no recoger ninguna cuestión. Es aquí donde entra en juego el código deontológico, la profesionalidad, la defensa del medio, el poder colectivo: la dignidad.

La autocensura como forma de superviviencia

En el lado contrario encontramos a aquellos profesionales del medio que deciden anteponer la superviviencia del medio en sí a la difusión de la información.

Estamos a las puertas de una incierta crisis económica, y la crítica a una Administración (bien sea local, autonómica o estatal) puede significar ‘enfadar al poderoso’, y eso en un momento en el que los ingresos publicitarios decaen, puede suponer no recibir subvenciones públicas en forma de publicidad institucional.

El peloteo por delante de la responsabilidad profesional, los euros por delante de la deontología. Seguramente también encontraréis ejemplos de silencios incómodos, pensad por qué.

¿Quién fiscaliza al fiscalizador?

Si los periodistas fiscalizan a las administraciones, ¿quién fiscaliza a los periodistas? La Asociación de la Prensa, ese es el organismo que debería velar por una información de calidad, los que deberían dar un ‘toque’ cuando los medios pecan de exceso (o silencian informaciones), quienes deben velar porque las consignas políticas no manchen el buen nombre de la profesión.

Por desgracia, en la era digital cada vez son más comunes los rebaños de unos y otros, las ovejas que siguen al pastor pensando que las alimentará, cuando las lleva directas al matadero.

Y mientras los pastos son devorados por las llamas, las ovejas son esquiladas, y con su lana se hace un jersey la ‘Reina de las Mañanas’.