Si algo le ha faltado a Podemos a lo largo de estos dos años de presencia pública ha sido colocarse claramente por encima del PSOE, para ser visto por la sociedad como la única alternativa posible ante el PP.
A principios de 2015 estuvo a punto de conseguirlo pero finalmente no lo logró. Ese 20% de votantes que conserva el PSOE contra viento y marea, junto con el mantenimiento de Izquierda Unida como fuerza separada, y la existencia de muchos partidos nacionalistas de izquierdas que por entonces no participaban de la confluencia, lo impidió. Entre Podemos, IU y los nacionalistas de izquierda que luego se apuntaron a la confluencia llegaron a sumar, en febrero de 2015, algo más de un 30% de los votos según todos los datos. Si en aquel momento hubieran aparecido unidos ante la opinión pública, con un proyecto común, todo lo que ha pasado después hubiera sido muy distinto. Podemos tenía todo a favor, pero no llegó a consolidarse en el sentimiento social un framing que le viera como ganador. Bastaron unos cuantos reveses, algún escándalo menor, para que se abortara el “asalto a los cielos”. El partido no se percibió como ganador, y por eso no ganó.
La opinión pública se mueve por impresiones, por atajos de pensamiento que se consolidan en el tiempo, desembocando en lo que, en el argot sociológico, llaman “framing” . Cuando determinado framing se asienta, es muy difícil de desalojar. Pablo Iglesias sabe algo de esto, y comprende qué le faltó entonces para conseguirlo. Precisamente por eso está planteando, ahora, la necesidad de unir sus fuerzas con las de IU.
Después de un año y pico, y de un tobogán de subidas y bajadas, Podemos llega ahora a una oportunidad parecida a la de entonces. La situación está más consolidada, las confluencias con algunos partidos autonómicos son un hecho, Izquierda Unida ha recuperado fuerza, con un Garzón que ha ganado prestigio; pero Podemos, en cambio, está algo más flojo. En conjunto, los números cuadran casi tan bien como entonces, aunque la correlación de fuerzas es un poco diferente. Y las expectativas de unos y de otros, también lo son.
La filtración que se produjo ayer ha desbaratado algo los planes de la confluencia. Planeaban presentar ante la sociedad un proyecto más cerrado, capitaneado por Podemos, secundado por Izquierda Unida, y firmado por seis o siete partidos autonómicos fuertes en sus territorios. Podíamos llamarlo “La Gran Confluencia”, como alternativa a “La Gran Coalición” de PP-Ciudadanos-PSOE.
Saltar demasiado pronto a los medios ha sido un contratiempo, porque la noticia no ha sido la Gran Confluencia que estaba diseñando el equipo de Iglesias, sino solo la unión entre Podemos e IU. Suena antiguo, corto, insuficiente. Además, el asunto se solapa con los últimos días en los que aún es posible formar gobierno. Esto puede llevar a confusión. El solapamiento no le conviene a Iglesias, que es un estratega de primera, y sabía que le convenía primero avanzar en las negociaciones sigilosamente, dejando el anuncio de La Gran Confluencia para el 26 o 27 de abril, cuando las nuevas elecciones fueran ya inevitables.
Como no ha sido así, todo se ha trastocado un poco. Durante estos días, con la noticia de la convergencia en la cabeza, Pedro Sánchez aún puede maniobrar e intentar un acercamiento in extremis a Izquierda Unida y el PNV que deje a Podemos en una situación difícil allá por el 23 o 24 de abril, si el PSOE consiguiera llevarse a los de Garzón y Urkullu a su terreno.
Pero dejemos esas complicaciones y volvamos al escenario principal: el escenario principal es que no se llegará a ningún acuerdo y que habrá elecciones el 26 de junio. En ese escenario, la Gran Confluencia será omnipresente. La sociedad no hablará de otra cosa (unos para ilusionarse, otros para temer, pero todos para hablar de ella). Si los miembros de la Gran Confluencia consiguen dar una imagen coherente, una especie de “unión en la diversidad”, serán una fuerza poderosa. La sociedad entera evolucionará hacia un nuevo framing, en el que saldrán claramente beneficiadas las candidaturas de la confluencia. De rebote también beneficiarán al Partido Popular, porque el encuadre del conjunto de la sociedad se volverá bipolar: escogeremos entre éstos o aquellos; entre azules o morados.
La Gran Confluencia tendrá asegurada la segunda plaza, y el tiempo correrá a su favor. Su único riesgo sería perder las elecciones del 26-J ante el PP. Pero, incluso así, habrán ganado muchas otras cosas. Habrán ganado la supremacía en la izquierda, pues el PSOE (y Ciudadanos) quedarán muy atrás, superados por el sentimiento social que volverá a ser bipartidista.
La Gran Confluencia le disputará las elecciones a un Partido Popular que estará maniatado y tendrá que presentar como candidato (no hay margen para otra cosa) a un quemado Mariano Rajoy. Podrán, incluso, ganar directamente las elecciones, y asaltar los cielos. Pero hasta perdiéndolas se encontrarían en septiembre siendo la cabeza indiscutible de la oposición. La única.
Con una legión de jóvenes incorporándose poco a poco como nuevos votantes. Con muchos ancianos abandonando lentamente, por razones naturales, al Partido Popular. Con dos o tres años más en el horizonte y una economía que no siempre seguirá recuperándose, los de Pablo Iglesias solo tendrán que dejar madurar la situación hasta alcanzar la victoria final.
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@josesalver
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