Entre 2017 y 2019 rigió los destinos de Austria un gobierno presidido por el “popular” Sebastian Kürz, con el apoyo del partido ultraconservador FPÖ. Los populares sumaban un 31% de los votos y el FPÖ un 26%, casi tanto como los socialdemócratas, que con un 27% de los sufragios se vieron desplazados por la alianza de Kürz con la ultraderecha.
Tras estallar escándalos de corrupción, se rompió la alianza de gobierno y se celebraron nuevas elecciones en septiembre de 2019, que reforzaron la posición de Kürz, y supusieron una fuerte irrupción de los verdes ( que ni siquiera habían logrado entrar en el Parlamento de 2017) y un avance de los liberales, mientras que los socialdemócratas y el FPÖ perdieron posiciones.
El Partido Popular se encontró, entonces, con el dilema de tener que apoyarse nuevamente en el FPÖ, cosa que rechazaba abiertamente, o buscar nuevas alianzas, especialmente difíciles porque la suma con Neos no llegaba a la mayoría absoluta.
Finalmente, a comienzos de este año, tras unas largas negociaciones, se ha constituido un gobierno de coalición entre los populares y los verdes, presidido por Kürz. Este gobierno dispone de mayoría absoluta, y supone una experiencia novedosa a nivel de gobiernos nacionales en la Unión Europea.
Una vez constituido el nuevo ejecutivo, las encuestas reflejan el siguiente panorama:
Los dos partidos de la nueva coalición están siendo premiados por los electores, mientras por la izquierda el SPÖ continúa perdiendo apoyos, y lo mismo ocurre con el FPÖ, que en dos años ha pasado de aspirar a ser el primer partido del país, a ser la cuarta fuerza política. Los liberales de Neos crecen modestamente, pero no han sido necesarios para dotar al país de una nueva y sorprendente estabilidad.
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