Como ya tenemos claros los dos candidatos que se van a jugar la presidencia de los Estados Unidos en noviembre, ahora los muchos institutos de análisis norteamericanos se están centrando ya en analizar las posibilidades de cada uno de los dos, el republicano y defensor del puesto, Donald Trump, y el demócrata aspirante, Joe Biden. Dos jovenzuelos de setenta y tantos que anhelan llegar a los ochenta (o casi) viviendo en la Casa Blanca.
Al desatarse la crisis del COVID-19, bien avanzado marzo, parecía que las tornas viraban a favor de Trump, el presidente actual, en un ejemplo más del conocido «efecto bandera 🚩» que se está produciendo en la mayor parte de los países avanzados del mundo.
A primeros de abril Trump registraba ya, por primera vez en tres años, índices de impopularidad inferiores al 50%, y parecía en condiciones de remontar aún más. Pero desde entonces se ha ido desarrollando la pandemia en el país, con algún estado (Nueva York) alcanzando cotas de fallecimientos al nivel de Lombardía o Madrid, y eso, unido a las declaraciones erráticas y la imagen social de división que crea la actitud de muchos, sobre todo en el interior del país, contrarios a cualquier confinamiento o restricción de la libertad de movimientos, parece haber hecho dar marcha atrás a la opinión pública, que ahora vuelve a desaprobar al presidente por un margen de casi diez puntos.
¿Qué consecuencias tiene esta evolución en la lucha por la Casa Blanca?
Las elecciones presidenciales son, en realidad, tantas elecciones distintas de carácter mayoritario como estados tiene la unión, porque cada uno de ellos designa delegados para la elección presidencial en bloque, es decir, todos ellos se asignan al candidato que logre la victoria en el estado. Así, en principio, parece claro que California le dará sus 55 representantes a Biden, mientras que Texas le entregaría sus 38, íntegramente, a Trump… y así hasta ciencuentaytantas elecciones diferentes (con alguna excepción menor en la que no merece la pena entrar).
Al final, como es lógico, en caso de que se esté cerca del empate a votos a nivel nacional, serán los estados intermedios (swing states) los que decidirán, y nada importará el margen mayor o menor con que gane cada uno de los candidatos en los demás. En 2016, por ejemplo, Trump ganó en casi todos los estados decisivos, y lo hizo por un estrecho margen de apenas algunos miles de votos en cada uno de ellos. De poco le sirvió a Hillary Clinton cosechar hasta tres millones más de sufragios en el resto del país.
Así pues, si se llega igualados a esas fechas, tal y como están hoy los sondeos, parece que los estados que podrían ser decisivos son solo seis…
… porque los demás se decantarían a priori claramente por uno u otro candidato, y no alcanzan para llegar a la mayoría de 270 delegados necesaria para ser designado presidente.
Pero, ¿realmente los sondeos están igualados?
Aquí dejamos un resumen de cómo están las estimaciones que se están haciendo actualmente:
En rojo intenso, los votos que estarían «seguros» para Trump, y en azul intenso los de Biden. Los degradados indican menor intensidad hacia un lado u otro, y el blanco empate o cuasi-empate.
Como vemos, solo las previsiones de Lean Tossup y Plural Vote son claramente favorables para Biden. Las de Bitecofer y JHK le dan también una ventaja, pero no totalmente decisiva. En el extremo opuesto, CNalysis pronostica un empate casi perfecto.
De momento, nadie da como venceder a Trump. Pero hace tres semanas algunos sí lo hacían, y recordemos que faltan aún más de seis meses para votar.
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