Quizás algo más de ochenta millones de votos para Joe Biden frente unos setenta y cuatro millones para Donald Trump. Este es el resultado más probable de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, cuando ya faltan escasísimos votos por contar, y más de seis millones de votos de diferencia entre los dos candidatos, que, por otro lado, han sido los más votados de la historia del país.
El transcurso de las semanas deja claro que ningún recuento ni ningún vuelco va a cambiar esto, y que el sistema electoral estadounidense, cuyas deficiencias son evidentes pero afectan a todos los candidatos, no es el responsable de que Donald Trump acabara claramente por debajo de Joe Biden en votos electorales, con una ventaja idéntica a la que Trump logró en 2016 sobre Clinton.
Uno de los estados más disputados, Georgia, concluyó hace días el recuento manual arrojando un resultado muy parecido al que se había notificado originalmente, y está claramente consolidado a favor de Biden con un margen escaso, pero sobrado, de 13.000 votos. En Arizona, donde Biden solo aventaja a Trump en 10.500 votos ya no parece haber más margen de revisión, y por tanto, Biden se puede dar como ganador.
En ningún otro estado la igualdad es tan grande, ni de lejos. Aunque, por alguna extrañísima razón, Georgia y Arizona acabaran cayendo del lado de Trump, el actual presidente seguiría perdiendo la elección por 259 a 279 votos electorales. Los intentos de Trump de convencer a supervisores de la votación en el estado de Michigan de que no validen allí la victoria de Biden (donde ganó por más de 150.000 votos) no han dado resultado alguno, y la mayoría de pesos pesados republicanos presionan en privado a Trump para que “conceda” la victoria a su rival.
¿A qué espera Trump? En su cuenta de Twitter sigue desgranando día tras día mensajes en que denuncia fraude tras fraude, sin presentar documentación, registros ni evidencias ante ninguna de las autoridades estatales encargadas de verificarlos. Algunos miembros de su propio partido, visiblemente molestos, empiezan a manifestar su distanciamiento públicamente. El traspaso de poderes, que implica miles de microdecisiones, entrevistas, traslados de información y documentación, se demora ante el enfado general, dañando una continuidad que el país necesita para afrontar retos tan grandes como la vacunación o la recuperación económica.
Se especula con que lo que realmente está buscando el presidente saliente es su acomodo personal, como la posibilidad de que finalmente no espere al 20 de enero e incluso intente una maniobra: dimitir (sin conceder la derrota) antes de navidades, para que así Mike Pence, su vicepresidente, sea presidente durante un mes, tiempo suficiente para que se le indultase si llega a ser imputado, y para que en la toma de posesión de Biden no tenga que estar presente Trump.
Es solo una posibilidad, pero está claro que antes del 20 de enero viviremos aún algún giro de guión más, y no podemos descartar que aparezcan más conejos sacados de la chistera del presidente número 45.
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