Las elecciones presidenciales del 9 de agosto en Bielorrusia se saldaron con el sonoro triunfo (uno más) del presidente Alexander Lukashenko, que lleva en el poder desde 1994. Su victoria, frente a la opositora Svetlana Tijanóvskaya, pon un contundente “80 a 10”, estuvo rodeada por un clima previo de tensión, con denuncias de injerencia por parte de “agentes desestabilizadores rusos”, y sospechosos cortes del servicio de internet en el mismo día de las elecciones.
Las irregularidades, achacadas por cada una de las partes a sus contrincantes, terminaron con un recuento inusitadamente rápido para los estándares del país, y la fulgurante proclamación de Lukaschenko como vencedor con el 80,10% de los votos.
El conflicto se enmarca en un clima (que Bielorrusia ha compartido con otros países de la antigua órbita soviética, como Ucrania) y que consiste en la disputa entre los partidarios de un acercamiento a Rusia y los que prefieren mirar hacia la Unión Europea.
La líder opositora denunció tras la jornada electoral la existencia de un fraude masivo, no reconoció la victoria de su adversario, y salió del país asegurando que temía por su seguridad. Según fuentes de la oposición “en numerosas mesas electorales” les constaba que su candidata habría logrado “entre un 60% y 70% de los votos” y a veces incluso ventajas superiores.
Desde entonces se han sucedido las manifestaciones contrarias al presidente, que pronto han sido contestadas por otras a su favor, llegando en ocasiones al choque directo entre ambas facciones.
El presidente asegura que el país está siendo acosado por fuerzas extranjeras que pretenden un viraje forzoso en su política (pro-rusa). En declaraciones a manifestantes favorables a su causa, señaló que “las tropas de la OTAN están apostadas a quince minutos de la frontera, dispuestas a atentar contra nuestra integridad e independencia como nación” y ha pedido el apoyo expreso de Moscú para afrontar la situación.
La OTAN niega tajantemente esas acusaciones y las achaca a la “debilidad interna” del presidente, acuciado por la creciente protesta, sobre todo en las ciudades, que demanda su renuncia o al menos la convocatoria de unas nuevas elecciones que solventen las irregularidades de las anteriores.
La líder opositora ha pedido a sus partidarios, desde su retiro en Lituania, que actúen sin violencia y eviten los choques con los partidarios del presidente, y las manifestaciones de unos y otros se suceden en Minsk, capital de la república.
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