Hoy, 23 de febrero de 2021, viven casi tantos españoles que había nacido el día del golpe de estado del 23 de febrero de 1981 como españoles que no. Si a esos más de veinte millones de personas sumamos los que eran tan pequeños que no tienen recuerdos conscientes, y los que son tan ancianos que ya lo han olvidado todo, es casi seguro que, hoy por hoy, la mayoría de los españoles no son conscientes de haber vivido el golpe. Para ellos, para que se hagan una idea, dejamos unas pocas imágenes y un breve comentario.
1. El ambiente
El dictador Franco había muerto hacía solo seis años, pero en la mente de todos estaba muy vivo aún. La sociedad vivía convulsa, en medio de una crisis económica profunda (la crisis del petróleo) que dejaba un caldo de cultivo de malestar social, y una transición política demasiado reciente, que no se había consolidado lo suficiente como para que nadie olvidase el pasado de un país dividido en dos bandos. En ese contexto, ETA mataba un día sí, otro no, y al tercero otra vez, en una especie de normalidad diaria que ahora, con el paso de los años, resulta difícil de explicar. Los que aún se sentían vencedores de la Guerra Civil, que se contaban por millones, experimentaban una rabia profunda hacia el gobierno centrista de Adolfo Suárez, al que consideraban débil y entregado al adversario. Reclamaban “mano dura”.
2. El “exaltado”
Los más exaltados herederos de la mentalidad franquista creían que había que terminar con la extrema debilidad del gobierno y acabar con él (el presidente Suárez, que dirigió el país en los años de la transición a la democracia, había dimitido, sometido a enormes presiones, y se celebraba en el Congreso la sesión de investidura de un sustituto de transición sin carisma ni capacidad de liderazgo). El Teniente Coronel Tejero, franquista de los de siempre, era un mando de segunda fila, pero muy significado por su beligerancia política. Se trataba del peón perfecto para asumir el riesgo de ejecutar materialmente el golpe. Rígido, de fuertes convicciones y sin un atisbo de dudas, entró en el Parlamento convencido de que había que “restaurar el orden” y de que solo una mano dura militar podría evitar el desastre en el que creía que el país estaba sumido.
3. El traidor
El general Gutiérrez Mellado era, para los golpistas, un traidor. Militar de carrera, bregado en la guerra dentro dentro del bando franquista, pero luego, ministro desde 1976 y Vicepresidente del gobierno con Suárez, nunca le perdonaron que sustituyera el uniforme por el traje y emprendiera una reforma de la estructura militar. Fue zarandeado por los asaltantes al Congreso, mientras Suárez acudía en su defensa, en medio del ruido de los disparos. Aquellas imágenes aún estremecen a todos los que las recuerdan. No eran bromas. Había balas de verdad.
4. El oportunista
El general Armada es el tercer militar clave en esta historia. Situado en la cúpula de la estructura militar, amigo personal e íntimo del rey Juan Carlos, creía que las cosas iban mal, y que él, personalmente, aportaría la solución. En su cabeza el golpe terminaría con él mismo como presidente del gobierno. Un presidente que “encauzaría” la situación, con un gabinete en el que integraría a ministros militares y civiles, incluso socialistas, y que “tutelara” a la descarriada clase política para volver al ansiado orden… Estaba seguro de que tendría al rey de su lado, y que el golpe terminaría con un mensaje de Juan Carlos instando a su nombramiento como presidente del gobierno.
5. Los tanques
Pero Tejero no era el único exaltado. Poco después de que Tejero entrara en el Congreso, el capitán General de Valencia, Miláns del Bosch, sacó los tanques a la calle y decretó el estado de excepción en su región militar. Las noticias sobre su acción, entre otras, transmitidas por la radio sobre todo, tuvieron, quizás, el efecto contrario al que Milans del Bosch pretendía: en vez de una reacción en cadena, lo que hicieron fue destapar el fantasma de la división y de la Guerra Civil de 1936. Pocos mandos militares más se sumaron: quedaron todos, mudos, a la espera de las órdenes del Capitán General de los Ejércitos.
6. El Capitán General
Armada no consiguió hablar con el rey en la tarde noche del 23-F, y mucho menos verlo en persona, como era su intención. Mientras tanto, todo quedó en suspenso a la espera del mensaje de aquel a quien la gran mayoría de altos mandos militares obedecerían: el rey. La anunciada intervención televisiva se retrasaba, el Congreso seguía secuestrado y mientras tanto nadie se fue a dormir, y la radio se convirtió en la compañera inseparable. ¿Qué ocurrió y qué se decidió en los pasillos de Zarzuela entre las seis y media de la tarde en que Tejero entró en el Congreso y la una de la madrugada, en que el rey apareció en televisión?
Sea como fuere, cuando las cámaras de televisión grabaron el mensaje para emitirlo poco después, Juan Carlos I lanzó un corto discurso en el que “ordenaba” a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado mayor que tomaran “todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente.”
El Congreso aún estaría tomado durante varias horas más, pero el mensaje supuso, de facto, el final del episodio golpista.
7. El desalojo
A la mañana siguiente el Congreso fue desalojado, los diputados liberados, y Adolfo Suárez abandonaba el Congreso, aún como presidente del gobierno. El golpe había fracasado.
8. La sociedad
A partir de entonces todo sería diferente. Centenares de manifestaciones en toda España dejaron clara la voluntad de la ciudadanía y el compromiso con la democracia. Los golpistas y los nostálgicos, hasta entonces muy numerosos, se volvieron residuales, y el “ruido de sables” (rumores de golpes militares), frecuente durante toda la transición, acabó por disolverse pronto. El PSOE ganó las elecciones de 1982, y entonces empezaron otra historia y otros problemas. La historia y los problemas de los que somos herederos inmediatos ahora.
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