Después de las elecciones generales del 28 de abril, y, más aún, después de las municipales y autonómicas del 26 de mayo, el PSOE respiraba con optimismo y confianza: tenían la sartén por el mango y el mango bien amarrado. Era el único partido con capacidad de gobernar casi en todas partes, con apoyos crecientes y un proyecto más o menos uniformemente implantado por todo el territorio nacional.
¿Y los demás partidos? Los demás, todos, por unas razones o por otras, estaban en retirada: unos se quedaban en nada, otros perdían poder municipal y autonómico, o, para ganarlo, dependían de pactos para gobernar que les saldrían finalmente muy caros, y los de más allá acababan prácticamente desaparecidos de algunas comunidades.
Con semejante panorama, era casi normal que la decisión estratégica del PSOE fuera la que fue: esperar y dejar que Ciudadanos y Podemos se quemaran en sus propias ascuas, para que finalmente alguno cediera y facilitara la investidura, a finales de julio, a cambio de nada o casi nada. Pero, vista la negativa de Ciudadanos incluso a coger el teléfono, Sánchez se resignó a que el foco se pusiera en Podemos (algo que nunca le gustó del todo).
Sin embargo, finalmente todo se ha complicado. Los últimos días de este mes, ya a contracorriente, han supuesto un cambio radical de escenario. El comportamiento de Sánchez en las sesiones de investidura de los días 22 a 25 de julio no ha gustado a los españoles, como mostró el primer sondeo al respecto realizado por electomania.es, y confirmó, con matices, el posterior de Sociométrica para El Español.
Los datos de que disponemos a día de hoy en electomania.es , así como los aportados por Sociométrica, y los que en las próximas semanas desgranarán sin duda otras encuesta, señalan que la acumulación de voto a favor de la izquierda, y más concretamente del PSOE, que había sido fortísima a lo largo de mayo y junio, se ha parado en seco. A este respecto, el CIS mensual, cuando se publique, no aclarará nada, porque su trabajo de campo es anterior a la investidura y porque, como ya todos deberíamos saber, sus datos no son una auténtica estimación de voto.
El problema del PSOE es que ha perdido el relato, su relato. Ese relato que construido con tanto mimo ha llevado al partido a acumular voto útil, a superar obstáculo tras obstáculo y a ganar las elecciones, se ha venido (momentáneamente) abajo.
Un segundo problema, que afecta a todo el país, es que el crédito perdido por Sánchez en la segunda quincena de julio no lo ha ganado nadie. Al menos, nadie con nombres y apellidos, ni con siglas reconocibles.
La sociedad española, según lo que nos dice nuestro panel día tras día, ha pasado de apoyar mayoritariamente al PSOE (en gran parte como mal menor) a no apoyar a ninguno. El gran agente electoral de nuestro país, el artífice de las más voluminosas transferencias de voto, ese que muchos ignoran pero que a menudo concede y quita mayorías, ha cobrado un renovado protagonismo: la abstención. Más allá de que se considere culpable del fracaso de la investidura al PSOE o a Podemos, a quien se culpa en realidad es a toda la clase política. Nuestros registros dejan claro que, llegado prácticamente agosto, el hartazgo y el cabreo se han instalado en la sociedad española, de manera que el gran triunfador de estos días no es Pablo Iglesias, ni Pedro Sánchez (todo lo contrario), ni los partidos de la derecha, que realmente no ganan votos. El triunfador es el abstencionismo.
El relato ha girado en redondo, y en redondo deberán intentar los partidos (sobre todo el PSOE) que la situación vuelva a inclinarse a su favor a partir de septiembre. Porque, hoy por hoy, el hastío de la sociedad es tal que una convocatoria electoral se volvería, por el juego combinado de la abstención y el desencanto reinantes, algo totalmente imprevisible.
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