Después de un año convulso, el PSOE llega al aniversario de su peor resultado histórico de la democracia, el de las elecciones generales del 26-J, con un nuevo líder que es en realidad el viejo líder, y con unos datos en las encuestas que son, en realidad, los mismos datos de hace dos años.
Por el camino ha habido muchas idas y venidas, senderos cuesta arriba y cuesta abajo, éxitos (pocos) y (numerosos) fracasos.
Lo que sorprende es que, a pesar de todo, hoy el partido figure como el segundo de España en todos los sondeos, y cómo está apuntando incluso hacia arriba, una vez regresado Pedro Sánchez al poder. La cantera de fieles al PSOE es enorme y ese es el gran activo del viejo Partido Socialista.
El giro hacia la izquierda que el PSOE emprende ahora es coherente con la causa de todas sus desdichas: Podemos. De no ser por el partido de Iglesias, el PSOE durante estos dos años hubiera sido un partido prieto, consistente, que habría hecho una oposición de libro aprovechando la corrupción del PP, sin asumir más riesgo que la crítica, y aspirando a alcanzar el poder por mero desgaste del adversario. Lo habitual en estos casos. Lo de siempre.
Pero la irrupción de Podemos ha roto todos los esquemas. La conocida alternancia PP-PSOE, dirigida por los vaivenes de la economía y/o la corrupción, que caracterizó los casi treinta años anteriores de nuestra política, ha saltado por los aires. Ahora no basta con oponerse, esperar la oportunidad y ganar. Ahora es necesario competir con varios rivales a la vez (con Podemos por la legitimidad de la izquierda, con Ciudadanos por el carnet de la moderación, con el PP por la etiqueta de partido de Estado) y esto ha resultado demasiado complicado para un PSOE anclado en sus viejas dinámicas internas, en las tradicionales luchas de barones por el liderazgo.
Las heridas sufridas son numerosas, la división grande y los rencores están a la vista, esperando su oportunidad para dejarse ver, en cuanto vuelvan a pintar bastos. Pero la legitimidad del nuevo/viejo secretario general, ganada en unas primarias incontestables, también es grande. Susana Díaz puede quejarse cuanto quiera ante sus íntimos, puede hacerse fuerte en su Andalucía, y puede lamentarse cuanto desee, pero Pedro Sánchez es y será el cabecilla del partido durante una buena temporada. Más vale asumirlo.
El otoño será clave. Las bases que le han votado esperan de Sánchez (casi nadie lo dice, pero todo el mundo lo piensa) que sea capaz de articular una mayoría alternativa antes de fin de año. Eso solo puede significar aunar izquierda, izquierda y más izquierda, con nación, nacionalidad y plurinacionalidad, sin romper el partido a la vez y sin provocar la rebelión de treinta o cuarenta diputados.
Sánchez va a buscar, en definitiva, la fórmula que le permita cuadrar un círculo y salir reforzado mientras lo hace. El premio sería la presidencia del gobierno. Pero sabe que este es su último cartucho: no habrá terceras oportunidades.
Tu opinión
Existen unas normas para comentar que si no se cumplen conllevan la expulsión inmediata y permanente de la web.
EM no se responsabiliza de las opiniones de sus usuarios.
¿Quieres apoyarnos? Hazte Patrón y consigue acceso exclusivo a los paneles.