El comienzo del curso escolar no llega a todas las partes del mundo con los mismos problemas. Mientras en Occidente reina cierto optimismo porque las restricciones por el covid-19 del año y medio pasado serán menores este año gracias a las vacunas, en Afganistán las preocupaciones son otras.
Después de que la casi completa ocupación de Afganistán por parte de los talibanes se ha convertido en un hecho, los efectos concretos en la vida diaria se extienden a todos los ámbitos y, muy especialmente, a la educación.
Los nuevos rectores del país han ordenado a las mujeres que asisten a la universidad que usen una bata abaya y un niqab que cubra la mayor parte de la cara, y dejan claro que las clases deben estar segregadas por sexos, o al menos divididas por una cortina cuando por falta de profesorado, espacio o medios, la segregación no pueda ser por aulas.
La Universidad de Kabul ve cómo, de una forma precaria, se intenta llevar a la práctica esta normativa. Las fotografías de Mortaza Behboudi sobre el modo en que, provisionalmente, se está implementando la medida, han dado la vuelta al mundo.
De momento, la falta de medios es la mejor aliada de las mujeres, que pueden asistir a las mismas clases que los hombres, aunque sin contacto directo, al menos en Kabul. Pero la situación podría agravarse si, con el paso del tiempo, se empiezan a habilitar espacios completamente separados.
Por otro lado, más allá de la capital, cuanto más nos adentramos en el entorno rural, la separación deja paso en ocasiones a la simple exclusión de las mujeres. Para ellas no hay en ocasiones ni siquiera un mínimo espacio habilitado que les permita asistir a clases. Además, se ven sometidas a restricciones mayores y una mayor presión del entorno para renunciar directamente a su formación.
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