Verano 2018: cuatro partidos con el pie cambiado

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Lo ocurrido en los últimos veinte días deja a todo el mundo en el panorama político español con el pie cambiado, con las expectativas previas deshechas, y sin saber hacia dónde nos llevará el camino.

El Partido Socialista está exultante. Ha recuperado un protagonismo que había perdido del todo, y solo eso ya de por sí es una gran noticia. Sánchez ha vuelto a renacer tras haber sido dado por muerto, y esto puede que haga reflexionar a sus enemigos de dentro del partido, que aunque ahora callen siguen estando ahí: la próxima vez que Sánchez caiga, no se pueden dejar ni las cenizas sin barrer, porque Pedro ya ha demostrado que solo necesita eso, reagrupar cenizas, para conseguir grandes logros. En estas dos últimas semanas el flamante presidente del gobierno ha conseguido cuadrar el círculo: primero, echar a un presidente que parecía sólido y que le aventajaba en más de cincuenta diputados. Segundo, conseguir los votos de aquellos a quienes demonizaba cuatro  días antes, ofreciéndoles buenas palabras y pocos hechos (que se sepa). Y tercero, llegar con aires nuevos para construir un gobierno viejo, que no da miedo a los poderes financieros ni a Europa y contra el que poco pueden decir quienes se desarmaron entregándole un cheque en blanco porque durante el debate de la moción les importaba mucho más echar al que se iba que exigir al que llegaba.

Sánchez está en el período de gracia y puede hacer, casi, lo que quiera. Haría bien en aprovechar estos meses de verano. Hay mucha prensa que quiere hacer méritos, mucho contertulio interesado en no incomodar demasiado al que manda, así que, de momento, no recibirá tantas críticas como parabienes. En estas condiciones, Sánchez puede ganar mucho y perder poco. Si llega a septiembre reforzado, cualquier traspiés posterior podrá acharcárselo al obstruccionismo de otros (Podemos, secesionistas, etc) y no a su propia incapacidad.

Pero no debería descuidarse, porque los enormes riesgos que asume están ahí, presentes desde el primer día: los compañeros de viaje que ha escogido, y que antes o después despertarán de su letargo para exigirle cuentas (Podemos) o ventajas (secesionistas), no gustan a la mayor parte de la sociedad, y eso finalmente podría pasarle factura en las urnas.

El Partido Popular está en mejor posición que hace unas semanas. No es broma. Entonces era un partido en decadencia, al que cada nuevo mes de permanencia en el gobierno suponía un desgaste adicional, unas décimas de voto menos, y un paso más hacia el desfiladero. Ahora, obligados por las circunstancias, deben afrontar de una vez su único desafío real: recuperarse o morir definitivamente. Si hubiera que apostar, apostaríamos por su recuperación. Este partido dispone de una gran base social, mucho poder que sigue intacto y una cantera de experimentados gobernantes de primera y segunda fila de entre los cuales tienen que escoger un líder sólido que les catapulte hacia el gran objetivo: asumir el papel de oposición real y desplazar a Ciudadanos.

La experiencia nos dice que la elección de un nuevo líder, sobre todo tras un período prolongado de permanencia del anterior, es una ocasión inmejorable para recuperar protagonismo. Los pecados del pasado se perdonan, o al menos se ven muy amortiguados, y la imagen fresca de lo nuevo vende mucho en las sociedades postmodernas. Si se sabe escoger bien el discurso, y se aportan dosis extra de novedad (por el sexo, por el origen geográfico, por el aspecto físico, por el cambio de discurso, por ser casi desconocido inicialmente, por lo que sea), el éxito está casi asegurado.

Solo la reedición de los casos de corrupción o el hecho de que el nuevo líder nazca demasiado atado al pasado podría impedir al PP tener éxito. La moción de censura, a la larga, puede haber sido una bendición para ellos.

Podemos está en la encrucijada. Apoyar a Sánchez era una exigencia ética ineludible. No poner condiciones era la única forma de desasirse de la imagen que se había creado durante episodios anteriores, según la cual Podemos solo quería sillones y copar poder. Así pues, los de Iglesias han hecho lo que tenían que hacer, y lo han hecho bien. Pero ahora afrontan una particular travesía del desierto: la de quienes, apostando por algo, saben que no van a beneficiarse del resultado de la apuesta en el corto plazo. El gran riesgo es que, como suele ocurrir, Sánchez capitalice los réditos del sillón del gobierno, mientras que ellos queden ante la opinión pública como unos convidados de piedra, simpáticos para los suyos, pero a los que, llegada la hora de la verdad, no se les votará, porque la referencia básica estará, para entonces, en otras siglas: las de quien ocupa La Moncloa.

La única opción que tiene Podemos es significarse sin romper: proponer y exigir reformas que convenzan a su electorado, sin que sus exigencias sean tales que fuercen una caída del gobierno, del que la opinión pública podría hacerles responsables. Difícil equilibrio.

Ciudadanos, a primeros de junio, no sabe dónde está. Acaba de despertar de un sueño plácido en el que el discurso era fácil y coherente, para, de pronto, sentirse bañado en sudor, con el pulso acelerado en medio de la oscuridad. La primera respuesta de los de Rivera ante la nueva situación ha sido acusar al gobierno de ponerse en manos de los independentistas y hasta de los terroristas. Siendo lógica, esta salida puede tener muy poco recorrido, y de hecho Sánchez ha empezado ya a desautorizarla tras nombrar un gabinete con destacadas figuras opuestas al independentismo. Si desde el PSOE se sigue dando este mensaje, ¿qué terreno le queda a Ciudadanos por explorar? La respuesta lógica es “el que está dejando libre el Partido Popular”. Pero el PP ya no está en el gobierno, y ahora puede concentrarse, con éxito, en dar una imagen nueva, con un líder diferente que se hará perdonar la mayor parte de los hechos por los que su partido ha sido desalojado del gobierno.

El gobierno da alas, y un cambio de liderazgo oportuno estando en la oposición, también. Ambos hechos dejan a Ciudadanos en un terreno desconocido: Rivera será ahora “el antiguo”, el que sostiene el discurso de siempre, frente a un PP y un PSOE que, por motivos muy diferentes, pueden presentarse ante la sociedad con un aspecto nuevo. En esta situación, sería un error que Rivera mantuviera su discurso. Al contrario, debe encontrar nuevos resortes que le permitan recuperar protagonismo, y no es nada fácil hacerlo, porque está sumamente encasillado socialmente. Pero no le queda ninguna otra alternativa si no quiere perder en unos meses todo el caudal de votos que le ha costado dos años amasar.

José Salver

 

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