Un día más en el lento proceso de recuento electoral en Estados Unidos. Aunque todo está claro para los técnicos y los expertos desde hace más de 48 horas, no son ellos los que juegan esta partida.
La juega la opinión pública, alentada por las posiciones del presidente. El meollo de la cuestión es si ha habido irregularidades suficientemente importantes como para cuestionar un resultado (306 votos electorales para Biden, 232 para Trump) que conocemos desde el jueves pero nadie se atreve a proclamar en voz alta.
Trump ha hablado mucho, en Twitter y en directo, y tiene toda la razón en una cosa: el sistema de recuento estadounidense (o, más bien, los cincuenta sistemas) es bastante deficiente. La mecánica del voto por correo difiere de unos sitios a otros, y el presencial tampoco es un dechado de virtudes. La comprobación de la identidad del votante resulta a veces mejorable, y en cuanto a la agilidad y eficiencia del recuento mejor no hablar.
Durante meses Trump alentó las dudas sabiendo dos cosas básicas: se comienza a contar el voto presencial, mucho más favorable para él antes que el voto por correo, y además en esta ocasión la diferencia entre uno y otro sería todavía mayor que en otras ocasiones, precisamente porque la actitud del presidente hizo que muy pocos electores republicanos recurrieran a él. Por tanto, tenía una baza a priori: en los estados igualados (que son los únicos que cuentan) podía dar la sensación, con las urnas al 50%, al 60% o hasta al 70%, de que el ganador claro era él.
Eso es exactamente lo que ha pasado, y el aluvión de datos favorables a Trump, basado en el voto presencial, fue tan grande el miércoles, que ese día casi todos los medios de comunicación, al difundirlos sin hacer proyecciones técnicamente consistentes de lo que faltaba por contar, le dieron hecho el discurso.
Trump lo ha aprovechado, pero no hay nada más, de momento. No existen aún evidencias consistentes de irregularidades que puedan cambiar el balance de un solo estado. ¿Pueden aparecer en los próximos días? Es posible, pero hoy por hoy no lo han hecho.
Joe Biden, mientras tanto, aunque se sabe ganador, evita proclamarse como tal. Sus manifestaciones van subiendo el tono poco a poco y adquiriendo un aire presidencial, pero dentro de una prudencia extrema que deja que sea Trump quien se enfangue en las disputas y las querellas. Hace llamadas a la conciliación y a finalizar tranquilamente el recuento, sin entrar a ningún “trapo”. Tiene tiene semanas por delante hasta la proclamación oficial. No hay prisa.
“Los números son claros”, es todo lo que ha manifestado: “vamos a ganar”. El pequeño matiz que separa esta afirmación de un contundente “hemos ganado” es todo lo que necesita el próximo presidente de los Estados Unidos para dejar que la situación madure por sí sola. Mientras la figura de Trump empequeñece día a día, la suya permanece firme, sin verse afectada.
Y en el Partido Republicano del propio Trump, aunque algunos le seguirán ciegamente hasta el final, la mayoría empieza a marcar distancias. En Congreso y Senado puede quedarse rápidamente con pocas voces dispuestas a secundarle. El número de declaraciones públicas de apoyo, ya reducidas el jueves, fue aún menor ayer viernes.
Mientras tanto, en la calle, varios millones de personas harán y creerán durante semanas lo que el presidente les diga. Pero, salvo que aparezcan evidencias sólidas que le respalden, más allá de videos aislados y declaraciones de dudoso origen, incluso ese apoyo popular puede acabar desvaneciéndose pronto.
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