Ciudadanos frente al precipicio

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En Ciudadanos comienzan 2016 muy desorientados. No hace ni un año el partido apareció en las encuestas como por arte de magia, transmitiendo un mensaje que ilusionaba a muchos. Se expandió rápidamente por toda España. A lo largo de la primavera y el verano fue sacando a la luz numerosas propuestas en materia de regeneración política,  reformas económicas y mejoras sociales. Su líder era el más valorado con diferencia. Ni Mariano, ni Pedro, ni Pablo, ni Alberto: Albert. Ciudadanos se situó en el centro del tablero, como gran alternativa frente a los viejos partidos, detestados por muchos españoles. Tenía una posición definida y sólida. Partido nuevo que lucha contra la corrupción, propugna reformas y promueve la regeneración democrática. Además, defendía objetivos realizables, y eso gustaba a muchos que deseaban algo nuevo pero desconfiaban de Podemos.

Metroscopia, noviembre de 2015.

El partido llegó a finales de noviembre, a un mes de las elecciones, con posibilidades reales de ganarlas. O eso parecía. ¿Qué pasó para que el resultado final fuera tan diferente del esperado?

Aunque todo se ha destapado en diciembre de 2015, las causas profundas vienen de atrás:

En las elecciones municipales y autonómicas de mayo  ya hubo un serio aviso, pero no supo verlo. Los electores le dieron la espalda en las últimas semanas de campaña electoral  por dos motivos:

  1. Porque reclutó a toda prisa, sin orden, ni concierto, ni criterio, a gentes que venían del pasado, sobre todo del PP y el PSOE, precisamente de los partidos que sus votantes querían superar. Y no eran gentes cualesquiera. En muchos casos se trataba precisamente de los peores, los rebotados, los que buscaban mantener un sillón y garantizarse así su tradicional cuota de poder. Torpeza infinita, la de esta decisión.
  2. Porque Ciudadanos no fue claro a la hora de decir qué haría con sus votos el día después de las elecciones. Permitió así que la campaña electoral se centraran finalmente en ese asunto, no en las propuestas concretas de cada cual. Al final, el votante, lleno de dudas, prefirió lo malo conocido.

El resultado de aquellas elecciones fue mediocre, pero el partido no lo reconoció así. De puertas para fuera proclamó un supuesto éxito, haciendo una interpretación interesada y sesgada de los datos. De puertas para adentro no hubo ni siquiera una reflexión superficial sobre lo ocurrido, que alcanzara a toda la organización, un debate sobre por qué la mitad de los electores potenciales que el partido tenía a primeros de mayo, twwdecidieron no votarle a finales del mismo mes. La estructura del partido, jerarquizada, a base de burbujas locales aisladas,  y sin mecanismos de participación directa de los afiliados en la  toma de decisiones, lo impidió. Un partido que se dice del siglo XXI, sin mecanismos digitales directos de participación ni debate.  Nada que ver con Podemos, el otro partido nuevo. Ciudadanos, un partido que se dice del siglo XXI, elaborando candidaturas municipales en las que se coloca a centenares de representantes de los viejos poderes locales. Un partido que ignoró a muchos miles de militantes y simpatizantes ilusionados, precisamente a aquellos que, sin mochilas a cuestas, debieran haber sido los protagonistas de las candidaturas.

Como remate, Ciudadanos dio la sensación, con los acuerdos postelectorales, de apoyar en cada lugar a lo peor, lo más corrupto, lo más viejo.

Aún así, llegó el verano, y la actitud del partido en Catalunya, unida al prestigio de Albert Rivera, consiguieron salvar los muebles.  Las meteduras de pata se olvidaron de momento, y las expectativas para las generales se recuperaron. Pero mientras tanto, Podemos fue recuperando la iniciativa. Pablo y los suyos lograron, primero en las redes sociales, entre sus fieles; pero luego llegando a toda la sociedad, que se encasillara a Ciudadanos como un hermano mellizo del PP. De nada sirvieron las propuestas, en algunos casos muy avanzadas en temas sociales, que fue haciendo Ciudadanos. Las mejores  pasaron desapercibidas. Otras fueron interpretadas torticeramente, y nadie desde el partido las defendió con convicción. La respuesta ante las críticas era temerosa, como avergonzada. Aún más grave fue que las propuestas de regeneración política se quedaran a medio camino, sin la contundencia necesaria para resultar convincentes. En cuanto a las ideas económicas, muy alabadas por sectores de expertos, chocaron con la realidad del país, acostumbrado a un discurso paternalista muy diferente, y se enfangaron de nuevo en las redes sociales, donde Podemos reinaba. Solo sirvieron finalmente para facilitar el encasillamiento como un partido claramente de derechas. La Ejecutiva Nacional del partido, mientras tanto, miraba despistada al techo y hacía numeritos y cábalas sobre el futuro con las encuestas en la mano.

Sin capacidad de reacción, ensimismado por el triunfo en Catalunya, se dejó que la deriva continuara, confiando todo al tirón del líderNo se hizo hincapié  sistemáticamente en los temas fuertes (corrupción, reformas estructurales, renovación democrática profunda) y el mensaje se diluyó, confundido entre el del PSOE y el del PP. Quedó claro finalmente para los electores indecisos, que ese partido era una parte de la casta, y no una alternativa frente a ella. Justo en ese momento llegó para Albert Rivera el famoso debate a cuatro de la mitad de la campaña electoral. Apareció en él como uno más de los de la corbata y el traje: los del sistema. No solo las formas, sino sobre todo los contenidos: suaves, moderados, nada rompedores, le hicieron flaquear. Nadie le advirtió, quizás, de que la ilusión no se mantiene a través de un slogan, sino que se transmite con educación pero con contundencia oponiéndose a quienes se la han arrebatado a un país. De lo contrario, la ilusión se pierde.

Tras las elecciones del 20-D Ciudadanos ha quedado aislado, desamparado e irrelevante, sin peso territorial ni poder en el Congreso de los Diputados. Sus fortalezas no fueron explotadas en su momento, mientras que las debilidades han quedado a la vista de todos. Aún conserva una (pequeña) oportunidad: recuperar un discurso propio, rotundo y desmarcado de los demás. En lo político, en lo social y en lo económico. Ya no tiene nada que perder, pues lo ha perdido casi todo. Aún hay algo que puede ganar: un electorado comprometido, que jamás llegará a ser tan numeroso como pudo haber sido en 2015, pero que podría ser todavía significativo. Para ello, no le queda más opción que ser mucho más incisivo y radical en las medidas de regeneración política que proponga, claro en los asuntos sociales, sin miedo a las interpretaciones malintencionadas que siempre se harán de sus propuestas, y valiente en los económicos, aunque una parte de la sociedad no entienda sus argumentos, demasiado liberales para el gusto hispano.

O Ciudadanos abandona el traje de camuflaje en el que se ha envuelto, y da un paso al frente para diferenciarse y remover conciencias mediante un impulso ético (como ha hecho Podemos, pero con su propio estilo),  o morirá, como le ocurrió antes a proyectos como  UPyD o el CDS.

Las elecciones generales no fueron la primera oportunidad para Ciudadanos. Han sido la segunda, tras el decisivo traspié de las municipales. Y en política casi nunca se conceden terceras oportunidades a los recién llegados. Sobre todo no se conceden a quienes no se enteran, o se empeñan en no querer enterarse, de qué va la fiesta.

 

 

@josesalver

 

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