El día de la marmota del Brexit: ahí siguen

El 1 de febrero de 2020 el Reino Unido abandonó la Unión Europea. O eso dicen. Porque lo cierto es que esa fecha no significó un punto y aparte, sino tan solo un punto y seguido. Desde entonces y hasta el 31 de diciembre de 2020 se ha abierto un período transitorio hasta la definitiva (y completa) salida británica de la Unión Europea.

Aunque el referéndum de salida se celebró el 23 de junio de 2016, fue durante 2018 y 2019 cuando ambas partes jugaron sus cartas. Y el juego, básicamente, consistió en un continuo retraso, en idas y venidas y cambios de opinión por parte del Reino Unido, que fue solicitando prórroga tras prórroga durante más de un año, sin conseguir aclarar mientras tanto su panorama interno. Tanto, que en algún momento pareció que el proceso iba a encallar. Al final, un recién llegado primer ministro euroescéptico, Boris Johnson, dio un golpe encima de la mesa y logró firmar el abandono de la unión. La opinión pública, agotada, se lo agradeció con un subidón en las encuestas.

Pero todo aquello no fueron más que palabras, gestos y declaraciones para la galería. Lo cierto es que casi todos los problemas que suscita el abandono de la UE fueron metidos debajo de la alfombra y dejados para más adelante. Y la verdad es que “más adelante” es ahora. Mientras tanto, el Reino Unido permanece en la unión aduanera y en el mercado único, se subordina en todos estos temas al dictado de Bruselas, pero no participa en sus decisiones. Incluso el Tribunal de Justicia de la Unión continúa teniendo jurisdicción en el país, mientras muchas otras cosas no han cambiado: los ciudadanos europeos y los británicos conservan derechos en el territorio de la otra parte, y se mueven, en la práctica, como si casi nada hubiera cambiado.

Se suponía que durante los meses transcurridos deberían haberse cerrado los flecos y acabado de concretar el período transitorio, para tenerlo todo listo para el 31 de diciembre, pero no ha sido así. Los interlocutores comunitarios se quejan de que los británicos se desdicen continuamente y así es imposible avanzar. Michael Barnier, el negociador de la Unión con los británicos, afirmaba ayer que “el Reino Unido se retracta continuamente de las obligaciones asumidas en la declaración conjunta firmada: es inaceptable”. En numerosos temas espinosos no hay avances, y sobre todo, falta concretar en qué condiciones podrán entrar los productos británicos en la Unión cuando ellos abandonen el mercado único, el 1 de enero.

En el campo interno, el parlamento británico tiene que aprobar leyes que regulen los aspectos que hasta ahora estaban sometidos a la normativa comunitarias, como la inmigración, el medio ambiente, la agricultura y el comercio. Poco o nada ha hecho al respecto: casi todo está pendiente.

La nueva fecha límite es el 1 de julio de 2020. Hasta ese día aún quedará una carta que jugar, que es la de siempre: pedir una nueva prórroga y prolongar ahora ya no la salida, sino el período transitorio de la salida, incluso hasta dos años. De momento los británicos, paradójicamente, se niegan en redondo a hablar de nuevas prórrogas, lo cual significaría que si no hay acuerdo el Brexit sería finalmente a las bravas, tras cinco años de camino. Mientras tanto, una décima parte de quienes votaron en el referéndum ya han fallecido, la décima parte de quienes tienen derecho al voto ahora no pudieron votar en aquella consulta porque eran menores de edad, y el mundo es muy diferente a aquel de 2016 en que el primer ministro Cameron se equivocó, según él mismo confesó, al convocar una consulta que nunca pensó perder.

Todo vuelve al punto de partida una y otra vez, sin avances, al estilo del día de la marmota. La opinión pública, aburrida, ha dejado de prestar interés, lo cual puede ser peligroso porque ahora es cuando de verdad se está jugando su futuro. Se habla de una inminente reunión entre Boris Johnson y Ursula von der Leyen, la poderosa presidenta de la Comisión europea, que podría terminar de desbloquear la situación antes de que acabe el mes. Pero de momento lo cierto es que quedan tres semanas para volver a lo de siempre: a dejar para mañana lo que nadie sabe cómo arreglar hoy.