Artículo publicado inicialmente el 14 de julio de 2018
En estos días de un gobierno nuevo del PSOE, de candidatos también nuevos para presidir el Partido Popular, pensamos mucho en “presidentes”. Por eso, nos hemos preguntado ¿quién sería nuestro presidente si lo eligiéramos como en los Estados Unidos?
La respuesta es que no tenemos ni idea, porque nuestro sistema no es presidencialista sino parlamentario, nuestra circunscripción es la provincia y no el Estado, y porque… bueno, por muchos otros detalles que no vamos a desarrollar.
Pero esto es un simple juego así que vamos a simplificar mucho: imaginemos que nuestras provincias fueran como cada uno de los Estados del país de Trump y Hillary. Utilicemos los datos de que disponemos para ver qué locura nos sale.
Allí se elige al presidente por un conjunto de delegados, en total 538. Cada Estado designa un número igual a la suma de sus representantes (congresistas) y senadores. Luego, a la hora de nombrar al presidente, todos los delegados de ese Estado votarán por el candidato que haya ganado en él, aunque sea por un solo voto de diferencia. Así que se puede ganar la presidencia en votos pero perderla en delegados para el conjunto de los Estados Unidos. De hecho, es lo que le pasó a Hillary Clinton, que triunfó sobre Trump por casi tres millones de votos, pero fue derrotada porque solo consiguió 232 delegados frente a los 306 que cosechó su rival.
¿Qué ocurriría en España si aplicásemos un sistema así?
En primer lugar nos hemos fijado en las últimas elecciones generales celebradas. Si en América se designan 538 delegados, en España serían 558 (350 diputados y 208 senadores provinciales). Repartiéndolos con los mismos criterios, tendríamos este mapa del 26-J-2016:
Si en España tuviéramos un sistema presidencialista como el americano, Rajoy sería el presidente a tenor de las elecciones de 2016 y… seguiría siéndolo aún hoy, porque no habría mociones de censura ni nada parecido que lo hubieran podido impedir.
Pero se habrían producido también otras diferencias curiosas. El segundo puesto, no en votos pero sí en delegados, se lo habría llevado Pablo Iglesias, en lugar de Pedro Sánchez. Además, en varias provincias de Cataluña y el País Vasco se podría dar la paradoja de que triunfara un candidato nacionalista que realmente no aspirara a la presidencia, pues esta requiere una presencia en toda España. Serían, por tanto, una especie de no-candidatos o candidatos-protesta. Por último, Albert Rivera hubiera obtenido un rotundo rosco, un cero absoluto en delegados, que es lo que importa.
Pero hoy han cambiado tanto las cosas que quizás no deberíamos fijarnos en 2016 sino en la realidad actual. Extrapolando las encuestas actuales al mapa de España y asignando representantes como en “América”, obtenemos este mapa actualizado a julio de 2018:
En unas hipotéticas elecciones presidenciales a celebrar hoy, con el voto del centro derecha dividido casi a partes iguales entre el PP y Ciudadanos, y con el PSOE relativamente destacado, este partido tendría la suficiente ventaja para ganar en la mayoría de las provincias, aunque fuera en muchas ellas por estrecho margen, y de esta forma llevarse sus delegados (todos ellos). Con estas credenciales, Pedro Sánchez resultaría elegido presidente, aparentemente, sin muchos problemas. El candidato del PP, llámese Soraya o Pablo, alcanzaría más de un centenar de delegados y un honroso, pero improductivo, segundo puesto. Más lejos, Albert Rivera podría conseguir la victoria en un par de provincias, que, al estar muy pobladas, le dejarían en una posición menos humillante que la de 2016. Los no-candidatos nacionalistas mejorarían posiciones, y, por último, Pablo Iglesias quedaría muy atrás desmontado por el aluvión Sánchez.
Por supuesto, esto es solo un ejercicio, un juego. Si hubiéramos hecho este mismo experimento hace un año, el ganador absoluto habría resultado… Mariano Rajoy, que hoy en día es un desaparecido de la escena política. Pero si lo hubiéramos hecho hace solo ¡¡dos meses!! la presidencia del país se la habría llevado de calle Albert Rivera.
Así son las cosas. Todo puede cambiar en un suspiro, porque así de volátil es la opinión pública, y porque así de radical (en sus efectos) resulta ser el sistema americano.
José Salver
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